Leer El Quijote según Fernando del Paso

Leer El Quijote según Fernando del Paso

La obra novelística de Fernando del Paso desmiente la idea de que México es un país de novela y de novelas pero no de novelistas. En efecto, el autor de José Trigo, Palinuro de México y Noticias del imperio —por mencionar sus obras más importantes— ha sabido dar a la fábula novelística mexicana fértiles líneas de continuidad entre la tradición adquirida y la experimentación e innovación.

En la poderosa tercia de novelas que forman el núcleo de su obra alienta una singular alianza en que se funden las pasiones del cuerpo público en las emociones y pasiones de los cuerpos y los sueños privados. José Trigo arma con un rutilante rompecabezas un panorama vigoroso, e incisivo, crítico de la historia nacional mexicana donde, al filo polifónico del fuego hablado, se contrastan los fantasmas de la revolución social, las imaginaciones desiguales pero combinadas de la cultura popular y de la cultura urbana manteniendo siempre alerta el oído al vocerío y la polifónica algarabía que recorren el cuerpo social mexicano.

En Palinuro de México baraja del Paso de otro modo los naipes en que se cifra el desarrollo, evolución e involución de la conciencia nacional. La fantasía que prolifera en Palinuro de México arma un retablo barroco donde la experimentación va contraponiendo medicina y política, erotismo y alucinación en una búsqueda calculada para explorar los límites de la razón y la locura en la pirotecnia de un altar verbal y secular donde se ofrece la razón y se comulga con la locura a través de la transfiguración poética un complejo teclado verbal.

Noticias del imperio, la tercera gran novela de Fernando del Paso, es también, al igual que las otras dos, una ambiciosa empresa literaria donde se exponen, exploran y explotan las raíces del drama y la tragedia y donde quedan expuestas con virtuosismo titánico los enlaces entre la sinrazón y la demencia individual y la locura pública que convulsiona al cuerpo social sembrándolo, de espasmos, sístoles y diástoles de sensatez e insensatez.

 En la vasta obra novelística de Fernando del Paso el género de la novela se reinventa en cada espiral de la fábula, y las voces múltiples que recorren los cuerpos de estas novelas dan realidad y fantasía, realizan y afantasman con sus tentáculos experimentales una suma obsesiva desvelada por la totalidad. Pues acaso ese es el tema subyacente, el asunto tácito de sus retablos imaginarios desvelados por la unidad del todo y la totalidad. ¿Cómo dar cuenta del todo sin perder de vista ni de oído cada uno de los detalles de que se compone la historia? ¿Cómo decir a la serpiente inasible de lo real si no a fuerza de sumar sus escamas específicas, sus particulares partículas?

Estas preguntas, artísticamente formuladas, no sabrían encontrar respuesta sin un peculiar y acuciante sentido de la ironía y del humor. El narrador que se expresa a través de Fernando del Paso no ignora ese sentido radical de la disolución y la solución, de la dispersión y de la unidad que se cumple en el sentido del humor que sabe imantar los datos de lo real con esa peculiar y piadosa energía en que se abisman los caracteres en el vacío a la luz de la totalidad.

El sentido del humor que se desprende como un humanísimo calor de la fricción de las manos novelísticas indica al lector que entre el jinete artístico y sus monturas fabuladas se insinúa un sentido sagrado, un sentido religioso. Estas fueron algunas de las ideas que pasaron por la mente del acólito lector cuando fue invitado a presentar el libro, Viaje alrededor del Quijote,  escrito para ser dicho, redactado para ser pregonado en sendas conferencias para el Colegio Nacional y el Coloquio Cervantino por el novelista, artista plástico, periodista y ensayista, poeta, publicista, diplomático, dramaturgo y hombre de letras llamado Fernando del Paso. El libro se publica (2004), en el Fondo de Cultura Económica de México, en la colección Tezontle, 258 pp.

Viaje alrededor del Quijote de Fernando del Paso cabe ser leído en varios planos. Sus 238 páginas, sus siete capítulos y su centenar de referencias bibliográficas son un útil y revelador instrumento para adentrarse tanto en la ciudad misma de la novela escrita por Miguel de Cervantes como una brújula crítica para orientarse por esa geografía hirsuta y babélica que es la erudición cervantina acumulada a lo largo de los años y a lo ancho de los siglos.

No es éste un mérito despreciable: la historiografía crítica, la genealogía alusiva y las referencias sedimentadas en sumas cervantinas, coloquios, cervantiadas y diez mil y un papeles quijotescos han ido formando una suerte de impenetrable argamasilla crítica y alusiva que puede correr el riesgo de sustraer a la mirada contemplativa el árbol de la novela (escrita por Cervantes en dos partes e imitada por Avellaneda) para perderla en una tundra de arbustos y malezas que sólo pueden suscitar en el lector desprevenido e incauto el vértigo o la somnolencia y que son capaces de hacer naufragar al más diestro Palinuro.

Era precisa la fortaleza, la condición de un temperamento como el del novelista Fernando del Paso —acostumbrado a pulsar para la fábula grandes magnitudes de información— para atinar a ordenar la sala oscura de la crítica cervantina (oscura para un ingenio lego como yo) y señalarle luego al lector un posible lugar desde donde poder contemplar, bajo la luz múltiple pero ya enfocada y concluyente de la crítica previamente acumulada, el paisaje, los paisajes superpuestos de esa novela —Don Quijote de la Mancha— tan encarecida y enaltecida por la crítica; por una crítica —la de los pasados siglos— que a su vez ha elevado y encarecido a la novela misma como género, casi se diría único, de la posible redención estética del hombre.

Fernando del Paso muestra en cada una de estas conferencias maestras que ha sabido irse aproximando con tiento y cautela de avezado cazador de leones en prosa a este animal perfecto (que dirían los clásicos) que es Don Quijote de la Mancha hasta dejarlo, sino del todo amaestrado, sí señalado por las flechas hirientes tanto de su propia lectura como de otros comentarios. Cabe subrayar al paso y al calce que este ensayo configurado por siete ensayos no es el primer libro ni la primera empresa crítica acometida por este escritor que —cito— “ya pasados los sesenta años de edad” reconoce que “no me alcanzaría la vida para ser un cervantista.

Soy, en cambio, novelista, y considero que, como tal, la parte más importante y sustancial de mi obra está consumada, y es intocable en el sentido de que, mala o buena, en nada le afectará que yo escriba un libro más de dudosa utilidad, como tantos otros, sobre El Quijote. Pero este hecho: el que no tenga nada que perder ni como cervantista, porque no lo soy, ni como novelista porque, siéndolo mis opiniones sobre el Quijote no les quitarán ni añadirán una sola coma a mis novelas, este hecho decía, me proporciona algunas ventajas que pienso aprovechar” (p. 12).

Y es que, además de sus propias novelas, Fernando del Paso —ese gran trabajador del mar de la prosa— ha escrito sobre muchos otros novelistas como Faulkner o Proust para sólo mencionar dos, además de haber incursionado generosa y sagazmente en la reescritura de los cuentos e historias orales de Juan José Arreola, siendo por ese hecho del Paso como el amanuense Cide Hamete Benengeli del Ingenioso Hidalgo de Zapotlán. Fernando del Paso entra al taller de Miguel de Cervantes armado con las redes de la fábula y la espada de la crítica tanto la hecha por los otros como por él mismo en cuanto novelista.

La lectura que hace Fernando del Paso de Don Quijote es una crítica práctica, no especulativa, no un análisis en jeringonza ni de teorizante jerga sino una crítica atenida a desmontar y desarmar al animal perfecto llamado Don Quijote de la Mancha. Admite sin empacharse que la trama de su discurso ensayístico puede parecer a veces una “colcha de retazos” —la expresión es suya— como pudiera parecer a veces la del mismo Montaigne —la comparación es mía; y al igual que el francés, Fernando del Paso va ensartando su hilo crítico en la malla heredada: para así darse mejor a entender y también —parte de lo mismo— para que el lector no pierda de vista el paisaje contra el que se recortan sus asteriscos.

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