Legado empresarial

Legado empresarial

Sin ser economista, sociólogo ni politólogo, el pasado fin de semana asistí a una polémica sobre el suicidio de clases, leí declaraciones de grupos empresariales, y ojeé algunos capítulos de “El precio de la civilización”, del profesor de Cornell University, Jeffrey Sachs. Ese bombardeo intelectual me puso a pensar en nuestros jóvenes capitalistas.

Representan terceras y cuartas generaciones de negociantes prósperos, o a hombres sin herencia que, tenaces y laboriosos, cosecharon grandes fortunas. Suelen ser empresarios actualizados, sofisticados, educados, cosmopolitas, bien informados. Manejan tecnologías avanzadas, y están aparentemente bien asesorados. Incluso intentan ser cristianos. De ellos, de esa nueva camada globalizada, se esperaban grandes iniciativas contra el subdesarrollo, y una visión progresista del futuro diferente a la de sus antepasados. Han hecho poco.

En su mayoría, parecen indiferentes al malestar social que los rodea. Todavía su praxis no empata con su retórica. Demuestran no entender que un trabajador desprotegido, conviviendo con una pobreza extendida, es una mezcla explosiva.

El mismo Sachs, experto en crisis económicas, escribió lo siguiente: “El capitalismo corre el riesgo de fracasar, no porque carezca de tecnología, ni por falta de iniciativa privada, sino por un exceso de glotonería.” “Estamos descuidando las infraestructuras del mercado, de las finanzas y del medio ambiente.” “Estamos dándole la espalda a la grotesca desigualdad de la riqueza, e intencionalmente continuamos recortando los beneficios sociales…” “Dejamos en manos del mejor postor las decisiones políticas…». (Si estudiamos las propuestas laborales del empresariado, y la manera poco bondadosa en que defienden sus intereses, seguro que desconocen estas advertencias.)

Afirman que las clases no se suicidan. Basta conocer la historia de la riqueza para comprender que el postulado es falso; las clases practican el harakiri. La falta de previsión, distorsiones conceptuales provocadas por el poder – socios corrompidos y corruptores – dan finalmente al traste con ellas. Ayer y hoy, “afilan cuchillos para la propia garganta” de manera similar.

Pero el autor del “El precio de la civilización”, y otros estudiosos del capitalismo actual, también sugieren medidas preventivas, soluciones rectificadoras; acciones para cambiar de rumbo, giros inteligentes sin tener que desprenderse de riquezas. Aconsejan: Una menor glotonería financiera; reglas éticas y generosidad social; distanciamiento de grupos mafiosos; respeto al medio ambiente; atender las señales que presagien un descalabro social. Acentúan la importancia del bienestar del trabajador, y la continua creación de empleos.

Nuestros jóvenes empresarios, los del sector privado, necesitan aplicar estos consejos. Ha sido trágico y preocupante observar la manera en que los políticos les han tumbado el pulso. Ahora bailan con el empresariado político la danza disonante de la macroeconomía, inconscientes de lo que se les viene encima. Ambos mantienen una visión 4-4 (alcanza sólo a cuatro años). Los empresarios de antes ya no mandan.

Andrew Carnegie, el legendario multimillonario norteamericano, afirmó: “La gran fortuna del empresario no son sus propiedades, sino su legado a la sociedad…” Ese legado, la perenne ilusión de un bienestar alcanzable, y unos cuantos beneficios sociales, mantienen la paz fortaleciendo la democracia.

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