La violencia es mucho mayor hacia la población masculina que la femenina
En entregas anteriores presentamos extractos estudio cuanti-cualitativo sobre “prácticas de crianza que promueven u obstaculizan la protección de niños, niñas y adolescentes del abuso y la violencia, así como la igualdad de género en las provincias Elías Piña, Gran Santo Domingo y La Altagracia” que realizamos para Plan Internacional publicado en abril de este año.
Dentro del estudio se analizan los patrones de corrección de conductas, mostrándose el uso del maltrato físico combinado con consejos y castigos.
El uso de “pelas” que significa dar golpes con correas, varas, ramas de árboles, alambres u otros objetos está legitimado en el 49% de la población adulta encuestada y el 30% de la población adolescente que demuestra así una ruptura significativa con esta legitimación.
Alguna vez cuando hago algo malo mi mamá, me pega. No me deja marcas. Que, si no hago algo malo que no me peguen, si hago algo malo, que me peguen, pero como quiera no quiero aguantar golpes.
No que le den a uno con un palo, o con una piedra. Uno no es burro.
La normalización del uso de pelas para corregir conductas en la tercera parte de la población adolescente está acompañada de reclamos sobre matices del tipo de pela. La preocupación no es que le peguen, sino como le pegan y de qué forma. Prefieren una correa a trompadas, o que los hinquen, o una correa a un palo o una piedra.
Los relatos presentan el nivel de abuso físico a que están expuestos adolescentes de ambos sexos, la violencia es mucho mayor hacia la población masculina que la femenina. Las pelas son más fuertes y el nivel de abuso también.
La crianza de niños, niñas y adolescentes se mueve así en círculos de violencia con la reproducción de una parte de ellos y su legitimación. Con sus hermanos y hermanas menores siguen las mismas prácticas de las que son víctimas, y consideran que la violencia es efectiva para generar cambios de conducta.
La población masculina adolescente es la que más sufre la violencia física y un trato más rudo y distante.
La visión machista existente en los padres de que no deben jugar con sus hijos ni dialogar con ellos, siendo más tolerantes a dialogar con sus hijas, genera una barrera en las relaciones afectivas entre padres e hijos y una mayor agresividad en los adolescentes de sexo masculino.
El que un padre, un tío o un hermano se entre a trompadas con ellos parece ser normal y explica cómo ellos a su vez siguen reproduciendo esta violencia en sus relaciones interpersonales y de violencia de género.