Leila Roldán – Esquelita para «el veterinario»

Leila Roldán – Esquelita para «el veterinario»

Murió «el veterinario», el hombre aquel que a principios de 1997 regaló a los dominicanos con una acción reivindicativa de la dignidad humana y cuyo gesto gallardo aún hoy continúa en el anonimato. El general retirado, a pesar de su alto rango militar, fue velado y enterrado sin las ostentosas expresiones de honor que, según costumbre en nuestro país, le han correspondido a los de su jerarquía. Sólo una esquelita en un periódico local avisó su fallecimiento. No tuvo el desfile de barras, ramos y solidaridades que tuvieron otros.

Mientras vivió, nadie supo de su contribución en la investigación judicial del asesinato del periodista Orlando Martínez Howley. Pidió la discreción con las siguientes palabras: «Hablaré con usted, pero conservaré mi anonimato no importa lo que pase. No hablaré oficialmente, no hablaré en un tribunal ni por teléfono, ni en el lugar que usted decida porque no deseo poner en riesgo mi integridad y la de mi familia. El próximo sábado, a las nueve de la mañana, nos encontraremos en el parqueo del supermercado de la Sarasota. Vaya solo y vista discretamente. Usted me identificará desde lejos porque yo estaré utilizando una gorra negra.» (*)

«El veterinario» sabía por qué lo hacía. Varios atentados durante los «doce años» dejaron en su ánimo precaución y pericia. Aún así, accedió a colaborar, no sin advertir que en torno a esta indagatoria ninguna prudencia sobraba, porque este caso involucraba «algunas de las personas más peligrosas que había conocido en su vida». Y narró lo que sabía. «Confirmó la existencia de un segunda investigación ordenada por Neit Nivar Seijas, distinta de aquella que había realizado la junta investigadora que presidía el general Brea Garó, subjefe de la policía.»

Posteriormente, recomendando «encarecidamente y de una manera casi paternal, que reforzara los sistemas de protección que utilizaba», entregó al juez de instrucción copia de los interrogatorios realizados en el año 1975 y que sirvieron de base para completar la sumaria del expediente acusatorio en el asesinato de Orlando Martínez. Al ser cuestionado sobre las razones que le había llevado a elegir el apodo de «veterinario» respondió: «Porque siempre he trabajado rodeado de animales.»

«El veterinario», contrario a otros militares que alcanzaron rangos similares en gran opulencia, falleció en humildad financiera, poco tiempo después que su esposa, e imbuido en la fe cristiana. El juez aún conserva su recuerdo en dos obsequios: la gorra negra para que se cubriera en sus encuentros y la estampita del Divino Niño para que se confiara en su protección.

Hoy me parece oportuno hacer saber a los dominicanos de su decisión personal, que constituyó un precioso aporte a la revelación de hechos que, por voluntad de personas comprometidas con la impunidad, permanecieron ocultos durante más de veinte años. Por eso quiero hacer en estas líneas, desde mi calidad de ciudadana dominicana, una reverencia póstuma de agradecimiento a la determinación personal de «el veterinario», en la seguridad de que otros como yo también habrán de valorar adecuadamente el regalo de su coraje. Descanse en paz.

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(*) Los entrecomillados son citas textuales de mi libro «Archivo de instrucción: El caso Orlando Martínez», publicado en 1999.

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