¡Lejos de la realidad!

¡Lejos de la realidad!

El inicio, anunciado ayer, de los trabajos de saneamiento de cuatro cañadas que representan un gravísimo problema de insalubridad para miles de familias pobres de Santo Domingo, tuvo, en el acto, un penoso contraste.

Sucede que la canalización de las contaminadas aguas que atraviesan zonas densamente pobladas por la pobreza va a ser posible porque países europeos amigos, conmovidos probablemente por la incapacidad local para ordenar la vida urbana como Dios manda, aportan 31 millones de euros. ¡Las gracias a esos aliados!

Lo desconcertante viene porque el mismo día en que la sociedad debe agradecer la generosidad que llega de allende los mares, ha tenido que encontrarse con las intenciones del gobierno de comprar a Brasil aviones «de guerra», más un jet ejecutivo.

Nada de esto último le va a salir gratis a los contribuyentes: Brasil no suele ayudar a sus «amigos» a lanzar bombas y metrallas desde el aire, ni a que sus elites tengan confort y rapidez al viajar con glamour si no se endeudan con ese país duramente.

Por el contrario, los europeos sí que no nos van a amarrar a deudas onerosas por el hecho de contribuir al desagüe generalizado de lagunas citadinas, con lo que se lograría que mueran legiones de bacterias y que desaparezcan hedores y plagas, y que, por tanto, mejoren la calidad y expectativa de vida de una parte de la gente más desafortunada de la capital.

El resultado de este despropósito «armamentista» resulta bochornoso para muchos ciudadanos concientes de que los más graves y urgentes problemas de la nación comprometen demasiado al gobierno con la tierra firme.

No habría jamás forma de saber quiénes son los peligrosos «contrincantes» de la República que obligarían al gobierno a remontarse, con hélices y turbinas, sobre un territorio en el que los verdaderos pesares, mayores y mortales, siguen esperando que con medidas prácticas alguien se ocupe de ellos: desempleo, más alimentos, medicinas y escuelas. Porque en esos frentes sí que andamos mal.

Quizás en el gobierno no reparan en que el país vive una situación delicada, social y económica. Tal vez subestiman el mucho rechazo que generó la pregonada intención de lanzarse a una impráctica y costosa «solución» a los problemas del transporte mediante un tren metropolitano subterráneo.

Eso debió ser suficiente para convencerse de que la opinión pública quiere que de manera definitiva las autoridades tengan los pies en el suelo.

Un fracaso de las autoridades

¿Quieren los dominicanos vivir en pleito permanente con los haitianos? ¿Niegan importantes sectores de opinión pública que la mano de obra extranjera puede jugar un papel importante en la construcción, la agricultura y otras áreas?

¡Definitivamente no!

Con sonora emotividad se denuncian presiones e intenciones externas de conducir a haitianos y dominicanos a confluir bajo un solo Estado, lo cual es desde todo punto de vista, contrario a la firme determinación de la nación dominicana que prefería desaparecer a dejar de ser independiente y soberana.

Pero cuando las autoridades de este lado fallan tan continuamente en impedir que foráneos y nativos se reburujen y que la frontera sea «puro cuento», se constituyen en los mejores aliados de los enemigos de la nacionalidad.

En Hatillo Palma ha habido sangrientos resultados de una confrontación emotiva que comenzó con una acción criminal de sello haitiano pero que fue seguida por reacciones que ya alcanzan lo sangriento, de aparente sello dominicano.

Todo en un marco de una intensa querella fronteriza. En Hatillo Palma los inmigrantes han desplazado a los dominicanos de casi todos los empleos. Con lo cual se rompió un equilibrio, pues mientras los dominicanos tengan asegurados sus modos de vida, les importa poco que los extranjeros se ocupen de los demás oficios, sobre todo si son los más duros y peor pagados.

A causa de que el Estado produce un vacío de autoridad, con agencias que, como la de Migración y la secretaría de Trabajo, no cumplen su rol, la República Dominicana resulta, pura y simplemente, un territorio libre para legiones de haitianos y quizás de invasores de otros orígenes.

Deberíamos prepararnos, en este marco de irresponsabilidades, para enfrentar a la realidad de que, por falta de cumplimiento de deberes, el «Pequeño Haití» del centro de Santo Domingo que todos conocemos, será, en corto tiempo, diez veces más extenso. Una expansión amenazante que no debe ser enfrentada brutalmente.

¡Cuidado!

La sociedad escoge gobiernos para que resuelvan los problemas con acciones inteligentes.

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