Lenguaje y discurso en “La manía de narrar” de Efraím Castillo

Lenguaje y discurso en “La manía de narrar” de Efraím Castillo

Es el lenguaje el que hace la obra de arte literario. Pero no es artística la obra por el hecho de comunicar un tema interesante, sino por la forma que adquiere la expresión; por los juegos que la lengua plantea dentro de su propia continuidad cultural, eso que los lingüistas llaman el eje diacrónico. El pasado de la lengua, que se encuentra con la diacronía, y el uso que de manera muy particular le da un hablante. El artista habla con la forma y de ahí que toda obra artística debe establecer una novedad en el mundo.
De ahí que en el arte sea ya común decir que lo importante no es lo que se dice sino el cómo se dice. Pero hay algo más, la obra tiene su fundamento en la expresión de mensajes artísticos, de un discurso literario que funda una trascendencia, porque el sentido de la obra queda abierto a la comprensión del otro: el lector futuro que recrea y les da valor a los signos a partir de su propio mundo. De ahí que no hay ninguna obra artística que sea independiente al sujeto que la aprecia, la estudia, la valora.
En el cuento “El secuestro” (pp. 33-44) se realiza la crónica de un plagio. Los hechos se pueden ubicar en el periodo de los Doce Años del doctor Joaquín Balaguer. En la obra se busca que el lector identifique los hechos con acontecimientos ocurridos en ese periodo, y esto está dado por los referentes. También se quiere dar a entender que se desarrolla una atmósfera de persecución política a un profesor universitario que luego es secuestrado, torturado y lanzado al mar. Los acontecimientos que giran en torno a este profesor, podrían encontrarse en la realidad comentada, historiada y consabida por los lectores que vivimos esos años. De tal manera que lo que realiza el autor es una crónica de esos acontecimientos.
Podríamos decir que el tema del perseguido político es muy reiterado en la cuentística dominicana. También el sentido crónico de la obra es parte de la literatura de los setenta que buscó realizar una crónica de la vida urbana, marginal y de la represión política. Los ejemplos pueden ser muy variados, pero remito a cuentos de Antonio Lockward Artiles, Armando Almánzar, de José Alcántara Almánzar y Roberto Marcallé Abreu.
El tema estaría dentro de una crónica sociopolítica, que la prensa de la época realizó de manera profusa. ¿Dónde se encuentra la novedad? El arte debe presentar el asunto de otra manera, para alejarse de los discursos consabidos, de los lugares comunes, de lo que resulta conocido y manido.
El inicio del cuento plantea la forma artística, una estructura en la que se resumen en pocas palabras todos los acontecimientos. Cuatro secuencias narrativas confluyen, se presentan paralelamente; de tal manera que lo que el lector encuentra, luego, es la continuación, el desenvolver el ovillo. Como crónica se plantea el problema, se narran las vicisitudes del personaje, la torpeza de los secuestradores, las relaciones de poder, la censura política, la ausencia de libertad, la lucha individual contra el Estado, la ciudad con sus ruidos, atascamiento y las preocupaciones familiares… Pero los temas o los ángulos desde los que se narra no hacen una obra de arte. Es necesario profundizar en las razones que hacen que este hombre realice la lucha; en la sicología del perseguido, en la atmósfera creada por la represión política. Pero esto no ocurre. El cuento se dirige a la anécdota. A que el lector identifique dentro del discurso de lo real al personaje de la ficción, como si el de la ficción fuera extraído de lo real. En fin, como si este solo hecho fuera de por sí el portador del discurso literario. Por eso el texto se queda en la crónica. Y después de leído no hay manera de recuperarlo más, se agota en su pretensión de narrar lo verdadero.
No encontramos en el texto citado el discurso utópico que organizó la vida de la época, sino la ideología pesimista, que parece contrastarla. Si el profesor arriesga su vida por un mundo mejor, eso no se encuentra en el cuento. Es todo lo contrario, es la inutilidad de la lucha lo que aparece. Esto podemos notarlo en el tono negativo de la mujer que designa la lucha del profesor como solitaria; pero el autor no llega a profundizar y a contraatacar ese discurso. Por el contrario, lo refuerza.
Es prueba de lo expresado arriba la siguiente dubitación: “valdría la pena continuar jodiendo la paciencia en un país con una memoria irresponsable”(36), en la que la expresión no alcanza a un discurso académico sobre las razones de la lucha por lo contrario, es una trivialización de la vida del profesor. El cultismo descontextualizado que no alcanza a ser más que una referencia, es la parrafada en la que el cuentista redunda con discursos históricos referidos a la ciudad como este: “una ciudad aposentada en tres obtusos sueños: primero el de Ovando, que la trazó según sus referentes españoles, enjaulados como una paloma acechada por buitres” expresión que solo logra comparar la cuadrícula de la ciudad con una jaula. No sabemos si con el interés de parangonarla con una prisión… “luego Trujillo, que la ató inmisericordemente a su megalomanía… y ahora el Doctor, cubierto con la estúpida calibración (?) de revivir las riberas del Nilo faraónico y quebrando con sus despistes las esperanzas de redención de miles de hombres…” (36-37).

Es este un discurso que trata de buscar su origen y salta entre siglos la historia de la ciudad y su relación con el poder. Pero no es solamente el discurso que se encaja dentro de la narración y que no dice con profundidad la época, sino que la recrea en su decir manido, en su hablar más evidente. Analice el lector el párrafo que encaja el narrador en la página cuarenta. Como si a la crónica le fuera necesaria una explicación; como si ese discurso no se agotó ya en su origen.

Por otra parte, en el cuento “El hombre que volvió” (pp 45-56), se atribuye a Balaguer un discurso que no le pertenece. Más bien podríamos decir se coloca en voz del personaje Balaguer un parlamento disparatado, solo identificable por contextos cultos que parecen confirmarlo. ¿Era poco el trabajo que Balaguer veía por hacer?, ¿cómo se contrasta ese discurso de “la diminuta redención de lo-por-hacer”? (45) ¿Cómo se explica que la esperanza, además de ser una metáfora, era “una lúdica sensación de conformismo y aturdimiento”? (Ibid.). ¿Cómo puede salir de Balaguer un discurso como este?: “Todo está en apariencia, en justo lugar… aunque luego aparecerán los desencantos, la pérdida de virginidad de la ficción y entonces comenzarán los ataques, el continuum de las viejas estructuras y se recobrará al final la perdurabilidad del hormigón armado reventándose de varillas con el color de la veleidad” (46).

No menos desencajonado es el discurso nostálgico del personaje Balaguer por una ‘intelligentsia’ que histórica y políticamente él había superado. ¿Balaguer pudo tener nostalgia de Peña Batlle, si él lo superó al mantenerse junto al tirano y pudo elaborar de forma más detallada su teoría histórica sobre las relaciones domínico-haitianas? ¿Pudo haber tenido nostalgia de Arturo Logroño, quien lo puso en aprietos a raíz de la publicación de su libro de encomio “Trujillo y su obra”, cuando Logroño era canciller? ¿Podría Balaguer tener nostalgia de una vida intelectual en la que él se posesionó como el único triunfador? Ese contra discurso, puesto en la realidad desdibuja el personaje real sin lograr una expresión artística.

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