Lenguas para amarrar el alma

Lenguas para amarrar el alma

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
j.baez@codetel.net.do
Lo de los insultos entre políticos es una vergüenza nacional. ¿Cómo es posible que el secretario de Interior califique como «perros» al principal candidato presidencial de la oposición, al un expresidente y otros perredeístas? ¿Y cómo puede ser que un expresidente, para responderle al deslenguado ministro, en vez de ponerlo en su puesto con la altura de su investidura, simplemente lo califique de «chopo»? ¡Ave María Purísima!

Es frecuente oír que alguno de los parlanchines que vive de la discutidera partidista se lamenta porque el adversario dizque ofende a su inteligencia. Cualquiera creería que se trata de físicos nucleares de la NASA a quienes algún insolente ha ocupado explicándoles la receta del mangú.

A los adversarios del Presidente Fernández les mortifica su parsimoniosa corrección y decencia humana. Muchos que alegan que su inteligencia está ofendida, nunca se molestaron con horrores públicos expresados por otros políticos. Peor aún, unos días después de un discurso del 2006, un expresidente reafirmó su antipicidad al declarar a la prensa, como en un retozo de muchachos, que varios funcionarios públicos no son más que unos «azarosos»… Nadie se ofendió, ni los brutos.

La inveterada propensión al insulto de muchos de los protagonistas políticos muchas veces revela inmensa pobreza intelectual. Pocos han tenido el ingenio de Churchill, quien dijo de un enemigo que «tiene todas las virtudes que me disgustan, y ninguno de los vicios que admiro», o la gracia de Wilde, quien dijo de otro que «no tiene enemigos, pero es intensamente despreciado por sus amigos».

Si sus críticos tienen razón, y Leonel no es ningún ser extraordinario ni excepcional, deberían buscar otra manera de adversarle, porque aún con las limitaciones que le imputan, el Presidente Fernández luce estar en una galaxia distinta que

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