Leo Reyes en el recuerdo

Leo Reyes en el recuerdo

ELOY ALBERTO TEJERA
¡Así se muere la gente!  Eso pensé cuando me enteré en la redacción del periódico HOY de la muerte del periodista Leo Reyes. La brillantez bien puede acompañarle al nombre de este periodista. Con Leo Reyes compartí un momento especial cuando yo era corresponsal del desaparecido periódico El Siglo en la ciudad de Nueva York.

Eran otros tiempos para el periodismo sin lugar a dudas, y otros tiempos para el mundo, también, porque aún existían las emblemáticas Torres Gemelas y aún no se había producido la invasión a Irak. Con Leo Reyes estuve compartiendo en uno de los bellos restaurantes localizado en una de las torres. (La sur, la primera que cayó aquel 11 de septiembre del 2001, creo). Era un día hermoso, y Leo y yo  cubríamos una actividad que más tarde tendría allí el entonces Presidente Hipólito Mejía.

A pesar de que afuera hacía un frío horrible, adentro estaba cálido y la conversación con Leo Reyes contribuía a ello. De todos los periodistas llegados de República Dominicana, debo confesar, que Leo Reyes me pareció el más inteligente, el más brillante. No había competencia posible. Y con Reyes hablé sobre periodismo y literatura, sobre poesía y sobre lo que era un periodista de clase. Tocamos el tema Fouché, y sobre la magistral biografía que había hecho Stefan Sweig, y la literatura francesa. Le hablé de Céline. El me ripostó con anécdotas de la revolución francesa. Ahí fue que Leo se despachó y me recitó un poema en francés. Noté que era un apasionado de la política y sus vericuetos, de la literatura y de sus bienamados autores.

A su edad, él me daba la demostración más idónea de lo que era un verdadero periodista. Se preocupaba por estar informado, por mantener el olfato alerta, la pasión encendida. Pero mientras hablábamos, miraba hacia los lados, hacía sus contactos para conseguir alguna exclusiva sobre la visita de Mejía, llamaba, ponía las antenitas a funcionar…

No obstante libábamos cada uno un buen trago. Como buen hedonista sabía definir el trago que se llevaba a la boca y lo alababa como sibarita agradecido. Y el día transcurría en ese Nueva York de grandes noticias y de innobles espectáculos. Leo Reyes me dijo que un periodista debía estar bien preparado y que por eso él no escatimaba recursos para ello. Me mostró como un niño con juguete nuevo una moderna grabadora que había comprado en la calle 42, una cámara digital y una computadora portátil. «Es una buena cantidad de dólares que he gastado, pero vale la pena». Estaba «artillado» Leo, pero lo que más me sorprendió fue su pasión por el oficio del periodismo y más que todo por su bagaje cultural. Yo trataba de hablar poco.

Así contribuía a que Leo hablara mucho. Era un tipo que no tenía desperdicios a la hora de emitir juicios, pareceres y opiniones. En él la vida parecía hablar a través de una boca de la que  fluía la experiencia.

Aquel cachorro de periodista que era yo quería aprender algo de aquel lobo de mar que era Reyes. Escuchaba, escuchaba, con la imperiosa impenitencia que de vez en cuando hacia alguna pregunta o anotación a su caudalosa y nada aburrida verborrea.

Pero cuando yo estaba más emocionado con la conversación, cuando ya empezaba a entrar en calor , pasó el Presidente Mejía y Leo Reyes le saludó. Fue en el instante en que se «coló» entre la seguridad del presidente y se perdió.

Lo vi abrazado al Presidente y vi a la seguridad perpleja de cómo había burlado el cerco. Lo vi de lejos grabadora en mano y con ojos bien abiertos, y admiré tal maestría.

Así es la vida. En aquel entonces Leo se le escapó a la seguridad del presidente Mejía, pero no se le escapó a la muerte.

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