Leo Reyes, inolvidable

Leo Reyes, inolvidable

UBI RIVAS
El 24 de mayo último rindió tributo a destiempo a las supremas instancias biológicas conforme al principio de que todo cuanto nace perece, Leo Reyes, comunicador de excepción, a los 57 años, siendo sepultados sus restos mortales, que nunca su memoria, en el camposanto Cristo Redentor al día siguiente.

Con su macutico terciado al hombro, que era un símil de su mochila de guerra tras las esquivez de la noticia, su talante de combatiente insomne, ciertamente, quien no le conocía, bien podría interpretar que se trataba de un emigrante o un guerrillero sin asueto.

Así le bauticé Saharauis, y así nos llamábamos cuando nos topábamos, en alusión a los combatientes del Frente Polisario que lucha en guerrillas en el Norte de Africa para establecer la República Saharaui, a contrapelo del porfiado líder libio Muammar El Gadafy.

Su talento fue inocultable, imposible de no percibirlo, de que intentara por su modestia, pasarlo por debajo de la puerta inadvertido, y siempre fue el reportero estrella donde prestó sus conocimientos y su luz, ora en El Sol, ora El Siglo, ora el desaparecido y siempre recordado Ultima Hora, ora en El Nacional, donde todos los directores apreciaron su trabajo infatigable y sin parangón, y le arrimaron su respaldo, Radhamés Gómez Pepín, el que más.

Sus crónicas sobre el problema haitiano, que arbitró mejor que todos los gobernantes de los dos lados de la dividida isla Hispaniola, y que intentó más que los gobernantes de las dos repúblicas caribeñas la armonía necesaria, indispensable, para concretizar el fait acompli y el modus vivendi razonable y óptimo, son como el buril paciente y admirable de un joyero suizo.

También lo condigno para el crecimiento, brillante, desenvoltura óptima de nuestros gloriosos institutos armados, cuyas crónicas paradigmáticas y sin posibilidades imitables, son también gemas de su talento refulgentes y enaltecientes para la crónica vernácula.

Inquieto por naturaleza, diría que hiperactivo, hiperquinético, en esa misma proporción se le incendiaba el ánimo casi en la referencia de lo pirofónico, pero casi enseguida advenía el regazo umbrío de la referencia pertinaz de su temperamento alegre, desenfadado, presto para el bromista que siempre fue, con su reservoir interminable de anécdotas y cuentos bien escabechados.

Leo Reyes era un personaje irrepetible, un comunicador nato y neto todo el tiempo, ora con sus experiencias del escenario árido y peligroso haitiano, donde siempre se desplazó raudo y sobre todo, sin miedo, que no lo tenía, otra de sus prendas personales notables, y donde trabó migas con los personajes más señeros de la política haitiana, gobernantes, dirigentes políticos, religiosos. Todos conocían en Haití a Leo Reyes, como si fuese el escenario de su patria donde fue un personaje relevante del diarismo de altura.

Su conversatorio alusivo a la historia patria era deleitable, así como en el tema de la canción popular, sobre todo el bolero, género en el que era un prodigio, como en todo, capaz de entonar las letras de medio millar de ellos, con el sentido estilo de las frases que vivía intensamente, como intensamente vivió Leo Reyes los días de su vida, al estilo de My way que inmortalizó La Voz, Frank Sinatra.

Fue un purista del idioma, y su sintaxis era lo más próximo a la perfección, si es que cabe esa categoría en la condición del homo sapiens, y se preocupaba porque sus colegas escribieran correcto, con pulcritud idiomática.

Esto así, porque fue siempre un exigente consigo mismo, y ese cosmos para proyectarlo a la comunicación, pretendió que prendiera en sus colegas.

Un volumen que recoja una selección de sus reportajes sobre Haití, nuestra política y los militares, es un compromiso que debe y tiene que asumir o el Colegio Dominicano de Periodistas o la Fundación Corripio.

Paz a los restos de un ser humano excepcional e inolvidable, un hermano afectivo imposible de olvidar jamás.

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