León David, hombre del Renacimiento y la estética del conocimiento

León David, hombre del Renacimiento y la estética del conocimiento

La literatura, ese retablo de maravillas, guarda en su prisma de saberes la estructura dual de la razón y la sinrazón, de la ilusión y la realidad, de la pasión y el equilibrio, del delirio y la temeridad, del cinismo y la frivolidad, de la mentira y la certeza.

Llegamos a ella, mediante la aprehensión y el consentimiento de sus valores y de su trascendencia, para construir el espacio de libertad que las íntimas convicciones de su inmanencia crea y sostiene.

“La literatura es la vivaz y atractiva encrucijada de todos los quereres, los quehaceres y los saberes humanos, personales y comunitarios”, afirma Saúl Yurkievich, quien también escribe lo siguiente: “Sólo la literatura es capaz de asumir lo refractario al sentido, lo inefable, lo incógnito, lo informe, lo desmesurado, lo monstruoso. Sólo la literatura consigue poner en juego, poner en imagen la agitada, simultánea y confusa disparidad de lo real. Visión encarnada, resurrecta, la literatura puede remontarse a cualquier pasado o cualquier futuro y revivirlos con tanta presencia como el presente”.

Pensar la literatura, sentirse atraído por el trabajo de cincelar modelos literarios y examinar los ‘corpus’ que integran su relación con la historia, la sociedad y los tiempos, ha de suponer adentrarse en el lenguaje de signos que su dinámica comporta y, a su vez, explicar los avatares de sus designios y fortalezas, de los datos de su vitalidad orgánica, de las percepciones de sus decires, de los registros de su razón, de su potencialidad retórica, de sus imanes estéticos.

Pensar la literatura exige refundar sus perspectivas, recrear su ética, formular sus intercambios con los conocimientos que la rodean y construyen, abrir cauces a los sentidos que deben aprehenderla, encaminar sus haberes propios, seguir con avidez la realidad supuesta que nos enuncia para estimular el apetito de la realidad real que suele transformar.

El ideal renacentista se funda, justamente, en la reafirmación de los valores de la personalidad individual, en contradicción con los yugos doctrinales del Medioevo. El Renacimiento supuso una liberación del saber y un regreso a los haberes insoslayables de la cultura antigua. Al quedar renovados los valores de la cultura y los ideales de la Antigüedad Clásica, se abre campo al humanismo y se redescubre la importancia de la literatura y del saber en general como fuente de reencuentro del hombre consigo mismo. El hombre ya no dirige su mirada a la Divinidad, sino hacia su Yo, a su esencialidad propia, a la fusión de sus valores interiores con la trascendencia del ser y sus atributos particulares.

El ensayo moderno se funda en esta valoración del hombre y sus circunstancias. Cuando Michel de Montaigne propicia, con sus exámenes de la realidad personal, el nacimiento del ensayo moderno, estaba situando su pensamiento en el terreno del análisis fundamental del Yo profundo con el que construyó lo que algunos han denominado “uno de los evangelios de la espiritualidad moderna”. Montaigne se sostiene en el yo, en la asunción de su propia individualidad, para poder explicar la laxitud y la fortaleza de su conciencia, descubrir los signos de su identidad y hurgar en los recovecos de los agraves designios de su mismidad. “Y yo trato a mi imaginación –dirá en uno de sus ensayos lo más suavemente que puedo, y libraríala si pudiera, de todo esfuerzo y de toda contestación. Ha de socorrerla, halagarla y engañarla el que pueda”.

Y en otro lugar señala: “Hemos de aprender a soportar aquello que no podemos evitar. Nuestra vida está compuesta, como la armodía del mundo, de cosas contrarias, así también de distintos tonos, suaves y duros, agudos y sordos, blandos y graves… Es menester que sepa utilizarlos en común y mezclarlos… Nada puede nuestro ser sin esta mezcla, y es un aspecto tan necesario como el otro. El intentar forcejear con la necesidad natural es imitar la locura de Ctesilón que intentaba pelear a patadas con su mula”.

No puedo dejar de pensar en los múltiples caminos de la literatura, en el espíritu renacentista, en el contacto con los clásicos y en la trascendencia de los valores del humanismo, cuando leo a León David.

Por años, he puesto atención a esa prosa fundada, sin dudas, en las ascensiones y cavilaciones del Yo hacia las alturas donde se recrea y expande la integración con los conmovedores designios de la profecía poética o las búsquedas más intensas de las dramáticas fuerzas de la imaginación y la realidad, esa dualidad implícita en todo saber literario.

Basta pasearse por la literatura de pensamiento creada por León David –desde sus ensayos hasta sus aforismos– para descubrir en él a un renacentista consumado que encuentra en la humanidad de su Yo la humanidad de los Otros, que se sabe compromisario y deudor de los dominios clásicos y que no abandona su estado de interacción –para usar una palabrita moderna– con esa clasicidad vigorosa que surca su pensamiento y edifica su haber literario, para abandonarse a los efluvios siempre tentadores de haberes, saberes y prácticas novedosas que la literatura va creando, sosteniendo y propulsando en su discurrir vigoroso por el tiempo.

En ese sentido, León David es un pensador literario con luz propia. Y por eso, su estilo sella una carrera literaria levantada sobre las columnas potentes y robustas de la literariedad clásica, internándose con absoluta aprehensión de las coordenadas que las sostienen, en las distintas modalidades de la expresión literaria y de la realidad cultural. Lo mismo será poeta que narrador, ensayista que crítico; lo mismo se las verá de frente con el teatro, con la música y con las artes plásticas, desde una visión analítica que nunca desdeña la profundidad de enfoque ni deja de sustentarse en el saber y en la experiencia de los grandes pensadores y hacedores de cultura, colocando en ese escenario los hallazgos, sentencias y decisiones de su Yo íntimo, de su propia vinculación con el arte y la literatura., de su propia y muy vigorosa y lúcida concepción intelectual.

Leo a Cámalo Currente y releo esa prosa genuina, vehemente, galante y diáfana con que León David ha cautivado, por lustros, a muchos de los que hemos sido sus permanentes lectores.

Leo a León David en Cálamo Currente, y vuelo hacia un más allá de saberes clásicos de cuya cantera extrae el autor la fortaleza de sus principios literarios y la fijeza y durabilidad de sus concepciones intelectuales.

Leo a Cálamo Currente y me integro, gozoso, a ese estilo propio, que no se detiene en novedades al uso y que hace el ejercicio del criterio desde los ángulos de su propia percepción del hecho literario, con lo que algunos lectores, colocados en otra visión de la literatura, tendrán absoluto derecho a la discrepancia, pero sin dejar de beber, necesariamente, en esa fuente vivificadora de la clasicidad de estilo que la prosa de León David sugiere.

En este libro su autor recoge un buen grupo de ensayos críticos sobre escritores y libros de la literatura dominicana y de la literatura extranjera. De Borges y Paul Valery hasta Neruda y García Márquez, de Cervantes a Aimé Cesaire, de Martí a Montaigne, y en el plano de la literatura nuestra, el espectro abarcará a Pedro Henríquez Ureña, Federico García Godoy, Tulio Cestero, Franklin Mieses Burgos, Manuel del Cabral, Juan Bosch, Joaquín Balaguer y Juan Isidro Jimenes Grullón, entre otros.

Cuando ha dejado correr la pluma sobre los de allá y los de aquí, León David se interna en los aledaños de la literatura, para explicarse como hombre de letras en los saberes que maneja más que con destreza límpida y vigorosa, con conceptualización profunda y vital. De la filosofía a la crítica de arte, de la poesía al teatro, del examen literario a la evaluación estilística, de los significados de la poesía a la estética de la escritura. Y cuando coloca el ojo en la mirilla se paseará, como un marqués de las letras hondas y reflexivas, por los difíciles caminos del análisis de temas puntuales a los que el humanista no puede sustraerse y donde nos deja, en medida tal vez mayor a las do los otros apartados del libro, el sabor del delicioso reencuentro con el discreto encanto de los valores del arte y la literatura.

Todavía encontrará espacio el autor para los tópicos urgentes: las censuras, las alabanzas y las controversias, a las que León David, como buen renacentista, como hijo de la clasicidad y como padre de sus criaturas escriturales fundadas en la más robusta humanidad, no dejará de lado, encontrando motivos para desmontar construcciones artísticas o literarias con las que no comulga, elevar aquellas en las que encuentra afinidades legítimas, y forjar el debate con los juicios intelectuales con los que discrepa. No rehuye la controversia, porque la controversia es parte de la literariedad y del haber artístico e intelectual. Desde luego, no hace la garata del débil, que se solaza en el denuesto y la arrogancia, deja simplemente sentadas sus percepciones y querencias, sus concepciones y fijezas intelectuales, dejando a los otros el navegar sobre sus propios intereses y realidades. Cito de nuevo a Saúl Yurkievich: “La literatura nos hace vivir las vivencias de todas las humanidades”.

Como crítico, de arte o de literatura, León David tiene sus coordenadas bien definidas. La crítica hace a rato que no tiene formas definitivas, aunque a estas alturas algunos todavía sostengan lo contrario. Cada cual toma su caudal de conocimientos, cuando se tienen, y los utiliza en el examen de la realidad literaria que enfoca al momento. Hay normas generales, pero no específicas. Vayamos, por ejemplo, de uno a otro confín. Mario Benedetti habla de que hace una crítica cómplice. Yurkevich dice que escribe una crítica concentrada, que aspira a ser medulosa, instalándose en su núcleo generador y emisor, ajeno a citas, a referencias librescas, a servidumbres bibliográficas. Una crítica –dice el reconocido escritor argentino que no presuma de saberes originales, privativos, que rehúya la especialización, la pedagogía, la inteligibilidad simplificadora. Harold Bloom afirma ejercer una crítica no teórica, sino empírica y pragmática. Mucho antes, Francis Bacon, que suele citar mucho Bloom, sugería una crítica que no contradijera ni impugnara, que no fuera hecha para creer o dar por sentado, ni para hallar tema de conversación o de disertación, sino par sopesar y reflexionar.

León David hace la crítica que juega con el saber desde su propia naturaleza funcional, o sea, la que se construye sobre un ejercicio intelectual desde el cual se levanta toda construcción verbal y todo lenguaje de signos. No puede entenderse ni valorarse ni enseñarse la literatura sin lecturas. Y este autor, dueño de profundas ae invariables concepciones sobre el quehacer de la literatura y sus variables, sabe acogerse a los dictámenes que genera el conocimiento para evaluar con propiedad y certezas múltiples, los alcances de la obra literaria. Este es el aporte que deja la lectura de estos ensayos de León David. La seguridad de encontrarnos frente a un intelectual de méritos forjados en el conocimiento y examen a profundidad de las obras fundamentales de la literatura universal. Y traspasar ese saber y esa experiencia de lector con el que se ha construido el crítico de maneras y ejercicio propio, distintivo y lúcido, que es sin dudas, a los que deseen abrevar en esa fuente de incontrastables valores y de singular trascendencia.

Por eso, Cálamo Currente no es un libro de recopilaciones de ensayos dados a conocer en la prensa o ante distintos auditorios. Es una muestra ejemplar de los conocimientos y del fuerte armazón cultural de que hace galas León David, de su prosa iluminante, de su estilo distintivo, de su letra disfrutable y de su disciplinado enfoque sobre la literatura y el arte de ayer y de hoy. Hombre del Renacimiento, humanista de nuestro tiempo, insertado en el hoy para que los lectores se integren a su estética de perspectivas intelectuales sólidas y permanentes, y al placer de la reflexión poética más aguda y perspicaz que podamos disfrutar.

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