Leonardo y su código

Leonardo y su código

VLADIMIR VELÁZQUEZ MATOS
Es incuestionable la gran polémica y no poca conmoción que ha sucitado en círculos religiosos y público en general el conocidísimo “Código Da Vinci”, un boom que no obstante su fama los recursos pseudo eruditos que maneja (por que toda su basamenta es sabiduría barata y falsa), mezclan de aquí y de allá diversos ingredientes entre lo místico-esotérico y lo histórico, que enmarcado en los típicos recovecos de una trama policíaca, mantiene, eso sí, atento hasta el final al lector, siendo este su gran mérito y no las verdades que supuestamente revela el libro en cuestión.

Pero lo malo de esta novelita (y ahora película) es que se cree un entramado de verosimilitud histórica que es absolutamente falso, mezclando a Leonardo Da Vinci con la orden de los templarios, en donde una supuesta relación marital de Jesús y María Magdalena procreó una descendencia que emigró a Francia, siendo eliminado todo aquel que accede al secreto a manos de una celosa iglesia católica.

Eso es más o menos en cuanto al entramado argumental y pseudo-histórico de la obra comentada, la cual es un batiburrillo de tonterías dirigido a la masa de incautos que suman legiones, pero que a la luz de la ciencia y de los muchos estudios concienzudos y serios que se han hecho con la obra leonardina, todos se caen por el suelo, puesto que Leonardo, más que un individuo que medrase en un grupo esotérico o que fuera un mago o escribiese en arcanos códigos, lo que nos dicen los especialistas y estudiosos de su obra es todo lo contrario.

Leonardo Da Vinci, nacido en la ciudad de Vinci cerca de Florencia en 1452, y muerto en Francia en 1519, es considerado, sin lugar a dudas, una de las mentes más grandes, profundas y lúcidas que ha dado toda la historia de la humanidad, además de ser el artista más polifacético de todo el renacimiento italiano.

Y como nos refiere Kenneth Clark en su monumental monografía de este genio absoluto del arte, todos, los conocimientos adquiridos por Leonardo, toda su curiosidad acerca de lo que le rodeaba, todas sus investigaciones de diversos temas tan disímiles unos de otros, se explican fundamentalmente por su pasión de pintor, por su absoluto deseo de representar cuanto veía e imaginaba, que nada escapase al azar, para en su momento usarlo como elemento compositivo de sus cuadros (el ala de un ángel o la flora y geología de sus paisajes), y que representa el valor neto de su aporte, porque según nos comenta el sabio británico, la obra de Leonardo -y casi voy a decir un anatema-está plagada de errores, ¡sí! bellos y sublimes errores que se salvan por la grandeza de su talento creador.

El investigador de Leonardo nos habla de su extraordinaria intuición, de su capacidad para imaginar cosas que no existían y de cómo a través del poder de la observación y del análisis más concienzudo eran factibles esos ingenios, pero nos advierte que todo ello lo concebía desde la óptica de la técnica de su tiempo, de las necesidades vigentes surgidas en ese momento histórico de tantas guerras y rebatiñas entre principados y ducados, como la podrían ser elevadores hidráulicos y grúas para asediar murallas, tornos mecánicos para cargar grandes pesos, catapultas mejoradas, carros acorazados de combate, etc, y hasta la máquina voladora, la cual tendría una ventaja sobre los adversarios y era un viejo anhelo del hombre (sino recuérdese la leyenda de Icaro y su padre Dédalo), pero pese a los muchos cálculos, minuciosos detalles y diseño del artefacto, por muy bien estudiado que estuviese el vuelo de los pájaros, era un implemento inútil para volar.

Todas estas cosas unidas a su peculiar escritura al revés y a su personalidad enigmática y reverenciada en alguna de las cortes en donde prestó sus servicios (el duque de Sforza, Cesare Borgia, etc), más que mostrarnos a un místico o guardián de un esotérico arcano, sólo nos revelan la compleja y misteriosa personalidad de un artista que es aún motivo de estudios y nuevos hallazgos.

Leonardo legó a la humanidad su saber, sus exquisitos y extraordinarios dibujos y la poesía visual de sus pinturas, además del ministerio inabarcable de una personalidad como la suya, no códigos absurdos que intentan acabar la fe con mercuriales escándalos.

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