Leonel Concha

Leonel Concha

POR PASTOR VÁSQUEZ
“… y me pregunto por qué nace la gente, si
nacer o morir es indiferente.”  Joan Manuel Serrat
Desde aquella tarde solitaria en que se me ocurrió leer ese insolente libro de Jean Paul Sartre, “Les jeux sont Fait”, –La suerte está echada– tengo entonces una valoración muy solemne sobre la muerte.

Tal vez ese libro trajo un poco de intranquilidad a mi alma, y confieso que aprendí a valorar la vida, y también a valorar la existencia de los demás y a respetar a los muertos.

Estaba en Santo Domingo cuando mi amiga Sorange Batista me llamó para darme la triste noticia del fallecimiento de un amigo, de un consejero, de alguien que fue un padre para todos en el diario HOY.

Leonel Concha era un ser fuera de serie. Su vida fue una broma, no una bruma como suele ser la vida de los que vivimos en esta sociedad contaminada.

Recuerdo que en uno de sus artículos, de la serie La Vida en Broma, narraba la historia de un extraterrestre que llegó a la República Dominicana sólo para una prueba de sobrevivencia en medio de esas calles ruidosas y contaminadas, donde un minibús de esos que llaman voladoras pasa raudo, como si se quisiera llevar el mundo por delante.

Así, en ese estilo de broma, Leonel Concha denunciaba una terrible realidad de una vida agitada en una metrópolis que nos abruma a todos, que se traga nuestros sentimientos, que se lleva los últimos vestigios del romanticismo añejo y casi anacrónico en el pensamiento de algunos.

Nos conocimos cuando yo era un novato en el periodismo. Una tarde lo llevé donde Nelson Marrero, a la redacción del periódico HOY, y anunció que él retornaba después de una gran ausencia, y sonaron los aplausos.

Así era Leonel Concha. Por un tiempo se alejaba y luego retornaba con sus chistes y su escepticismo.

Decían que Concha era un extraño rebelde. No creía en Dios, no creía en los juegos de pelota, no se emocionaba por un cuadrangular de Sammy Sosa. “A mí eso no me importa”, decía.

Esa era una forma de salirse del común y extraer un poco de risa en esos rostros preocupados de una agitada sala de redacción.

Siempre me decía que deseaba viajar a Puerto Príncipe para realizar una encuesta en las calles, a ver si el ex presidente Jean Bertrand Aristide era popular, y me decía que en ese sondeo Aristide iba a sacar un cien por ciento.

“–¡Como no, Concha!”, le gritaba Geomar García. “Lo que pasa es que te vas a salir por la calle acompañado de dos lávalas y una tea incendiaria”.

Entonces vino ese infarto. En el cementerio vi a sus amigos de siempre: Leo Corporán, Domingo Batista, Fior Gil, Olivo de León, Leonora Ramírez, Jorge Puello, Melvin Mathews, Ruddy Germán Pérez, Koldo, Rolando Guante, Rafael Martínez, Jacqueline Ballista… y otros que no logro sacar de esta bruma lejana.

Adiós, maestro mío.

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