Leonel Fernández: entre el cambio y el desatino

Leonel Fernández: entre el cambio y el desatino

Cuestionar la capacidad política del presidente Leonel Fernández y su destreza en el ejercicio del poder sería una mezquindad. En los próximos días inicia su tercer mandato con menos de 60 años de edad, y en el período de 16 años que transcurrirá entre 1996 y 2012, Fernández habrá gobernado 12 años, es decir, tantos como ha gobernado el PRD.

En cada ocasión ha llegado al poder en circunstancias distintas. En 1996 lo hizo apoyado por Joaquín Balaguer en una gran alianza contra el PRD y la candidatura de José F. Peña Gómez. En el 2004 ganó fundamentalmente por el gran descontento que sentía la mayoría del electorado con el gobierno perredeísta.

En el 2008 logró la reelección, sobre todo, porque la mayoría del electorado comparó la relativa estabilidad macro-económica (no el bienestar económico) con la crisis de 2003-2004. Cierto que hubo dispendio y abuso de recursos públicos en la campaña, pero ahí no radica la principal explicación del triunfo electoral.

En el gobierno de 1996-2000, predominó la visión de un presidente liberal-moderno en un enjambre de conservadurismo, clientelismo y corrupción. Los peledeístas eran novatos en el poder y el joven Presidente era uno de los menos experimentados en su partido.

De ahí su interés por reformar la administración pública, mejorar la justicia, promover la educación, impulsar el uso de la tecnología, dialogar y escuchar.

No fue un gobierno transformador porque no cumplió con las expectativas de cambio sustancial. Pero comparado con el atraso ideológico y programático de los gobiernos anteriores, la sociedad dominicana avanzó un poco.

Por ejemplo, fue posible obtener documentos oficiales sin pagar varios sobornos, el Consejo de la Magistratura nombró una nueva Suprema Corte de Justicia más independiente del gobierno central, mejoró la calidad de la diplomacia dominicana, y la economía se mantuvo en crecimiento y relativa estabilidad.

Mucho se ha debatido por qué el PLD perdió las elecciones congresionales-municipales de 1998 y las presidenciales de 2000. Varios factores explican los hechos. Pero el fundamental es el mal origen del gobierno peledeísta de 1996.

Peña Gómez merecía el triunfo en esas elecciones. Cedió la candidatura a otros perredeístas en los años setenta y ochenta, perdió las elecciones de 1994 por trampas balagueristas, y obtuvo la mayoría relativa de los votos en la primera vuelta en 1996. Por esa deuda, los triunfos perredeístas de 1998 y 2000 pueden interpretarse como un homenaje póstumo a Peña Gómez del electorado anti-balaguerista. El PLD pagó por su cuota de responsabilidad.

El retorno de Leonel Fernández al poder en el 2004 generó euforia entre sus seguidores y expectativas de mejoría entre muchas personas hastiadas con el gobierno perrredeísta. Pero también generó escepticismo o ácidas críticas de los opositores. Al concluir la presente gestión el 16 de agosto, la euforia de los partidarios está reducida, las expectativas de mejoría se han diluido en furia o conformismo, y las críticas de los contrarios continúan acérrimas.

El principal mérito del gobierno que ahora concluye es la relativa estabilidad macro-económica; sobre todo la estabilidad en la tasa de cambio. Pero los déficit gubernamentales conforman una larga lista, entre ellos: el triunfo del pragmatismo sobre la ética política, la proliferación del clientelismo, la baja inversión social, el problema energético, el aumento de la criminalidad y el abandono del proyecto de reforma institucional.

En el próximo período, el presidente Fernández enfrenta el desafío de abordar con soluciones efectivas la lista de problemas que acosa el país. Para lograrlo, se impone un viraje significativo que siente las bases de una nación más enfocada en el desarrollo humano y la democracia.

Si impulsa este cambio marcará un nuevo curso para la República Dominicana en este siglo. Si no, seguirá en el carrusel del clientelismo, la corrupción e ineficiencia en el que se acomodan todos los gobiernos dominicanos. El cambio es necesario; la continuidad sería un desatino.

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