Francis Fukuyama, politólogo norteamericano de origen japonés, escribió en 1992 el libro El Fin de la Historia y el último Hombre que tuvo gran repercusión en el mundo intelectual. Inspirándose en la dialéctica idealista de Hegel, uno de los precursores del marxismo, afirmó que el motor de la historia es la búsqueda de reconocimiento, quien afirmó tras el fracaso del llamado socialismo real y la aceptación general del liberalismo democrático, las ideologías no son ya necesarias y el futuro se mueve por la economía neoliberal, gracias a los avances de la ciencias naturales, la tecnología y la cultura.
Las controvertidas ideas de Fukuyama dieron origen a un movimiento político neoconservador en Estados Unidos, del que fueron miembros los que fueron luego Cheney y Rumfeld, luego Vicepresidente y Secretario de Defensa del gobierno de Bush hijo, que postularon el malhadado Consenso de Washington propuso el fortalecimiento de las instituciones estatales en los países pobres, léase: gobiernos de mano dura y la Segunda Guerra contra Irak. La pervivencia de conflictos ideológicos de carácter étnico, social, nacionalistas y regionales, así como los movimientos de repudio a la globalización, el neoliberalismo y las aventuras guerrilleras unilaterales, hicieron que el propio Fukuyama repudiara el neoconservatismo.
Guardando las distancias, el Partido de la Liberación Dominicana luego de recuperar el poder en el 2004 mediante elecciones democráticas bajo la dirección de Leonel Fernández, se lanzó a realizar una nueva contrarrevolución política, económica e ideológica con todos los recursos a su alcance, pero sin dudas bien planeada y orquestada. Para esos fines permitió que se enriqueciera toda la élite política de su Partido mediante contratos onerosos, programas de modernización, compras sobrevaluadas, permisos de importación, contrabandos, botellas, salarios escandalosos y toda la gama de operaciones corruptas. Una permanente campaña de promoción internacional dirigida por el propio Presidente, la coaptación de intelectuales, artistas y periodistas con puestos públicos, otorgamiento de honores y pensiones, la compra masiva de espacios y medios de comunicación junto a una formidable maquinaria propagandística, marcan el camino hacia la dominación ideológica y de desinformación a su favor.
La nueva Constitución sin participación de una Asamblea Constituyente, con un prolijo y repetitivo enunciado de valores y derechos en su parte dogmática, contrasta con el carácter despótico y centralista de su parte pragmática, completa el tinglado institucional del control incondicional del Congreso, la Justicia, la JCE, el TSE, el TC, la CC y la Junta Monetaria, para legalizar su eternización en el poder.
La captación de líderes políticos, sociales, empresariales y hasta religiosos: incluyen la virtual intervención de los partidos políticos. Lo peor de este fin de la historia peledeísta ha sido la creación o aceptación tácita de una verdadera red de corrupción, extorsión, atropellos y complicidades.