Leonel, ganitas preventivas

Leonel, ganitas preventivas

TONY PÉREZ
Aquella madrugada de septiembre de 1998 la potencia de un rumor sobre la ocurrencia de un maremoto arrancó de sus camas a los habitantes de la Capital que, desnudos o en ropas menores, corrieron en todas direcciones, menos en las recomendadas por los expertos. Muchos se agolparon en el mismo malecón y se disputaron los espacios para apreciar la ida y venida fantástica del mar Caribe. Sucedió horas después del impacto del huracán Georges, el 22 de setiembre. La tensión estaba a flor de piel y un intruso se aprovechó y echó a andar la falsa alarma.

La cotidianidad está llena de rumores. Aunque significativos, muchos pasan inadvertidos como los pequeños seísmos que registran a diario los sismómetros mientras los dominicanos se agitan en su tráfago. Otros no; otros rompen como una tromba y marcan para siempre las mentes de los seres humanos de sociedades enteras.

Grandes bancos y líderes políticos han sido víctimas de estos fenómenos; también la población general cuando le llega la voz de colocación de bombas en espacios públicos o de una invasión de Marte. Nueva York es un ejemplo después de la destrucción de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.

Como los terremotos, quizás no podamos evitarlos. Pero sí reducir su impacto demoledor si entendemos que rumor y desinformación andan de la mano y que su combinación letal atenta contra el bienestar general de la gente. Cuando no servimos una información de calidad y oportuna, el campo queda a merced de los promotores del rumor que inyectan con afinada cautela sus historias inventadas pero convincentes.

Nuestro llamado es entonces a la cultura de prenvención, sobre todo prevención y mitigación de desastres naturales. Porque la otra, la cultura de reacción, la que gusta a muchos, atiza sin piedad la pérdida de vidas y bienes, siembra más pobreza y frena el desarrollo, amén de su carestía. Y para que logremos una cultura de prevención urge que comprendamos el carácter transversal de la comunicación en todos los procesos sociales, formales e informales.

Lo reconocieron en el Seminario Internacional de Población y Desastres, 1995: «La comunicación social, por el acceso que tiene a públicos masivos, debe convertirse en factor fundamental de una cultura de la prevención y aunada a las instituciones educativas puede fomentar la capacitación individual y colectiva. El papel de la comunicación en estos procesos alude a la intermediación entre expertos, gobierno y comunidad, para hacer accesible a la población el conocimiento de los riesgos».

Laura Kong, directora del Centro Internacional de Información sobre Tsunamis, con sede en Hawai, ha dicho sobre el maremoto que el 26 de diciembre mató 300 mil personas en Asia Meridional: «Si en la región hubiera existido un sistema de alerta temprana, probablemente el balance no habría sido tan terrible… Basta con internarse un kilómetro tierra adentro o refugiarse en terrenos situados a más de 10 metros de altitud. Hacer esto puede llevar diez minutos, incluso menos. Si hubiera existido un sistema de alerta semejante muchas personas habrían podido escapar al desastre».

A propósito, pienso que con una buena cultura de prevención en la capital dominicana no habría muerto tanta gente bajo las ráfagas del huracán San Zenón de los años treinta del siglo pasado en la Capital. Tampoco decenas de haitianos y dominicanos hubieran sido sepultados por el lodo de una riada en Jimaní hace cuatro años. Los neoyorkinos no vivirían en sobresaltos con la pesadilla de las bombas terroristas. Ni aquella madrugada septembrina los capitalinos jamás se hubiesen tirado de sus camas ni salido sin rumbo a las calles descubriéndose al final en paños menores.

El desafío sale caro porque, como ha dicho Kofi Annan, los costos de la prevención tienen que ser pagados en el presente, mientras sus beneficios yacen en el futuro distante, no son tangibles porque son los desastres que no ocurrieron. Pero vale la pena, Leonel. Échele usted ganitas y haga historia en tierra de huracanes, sismos y riadas.

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