En 1996, durante la manifestación de cierre del Frente Patriótico, su candidato presidencial, Leonel Fernández, en presencia del Presidente Baaguer, recurrió a la figura de prometer el despegue del país hacia el desarrollo. Obviamente Balaguer, sintiéndose aludido por haber gobernado durante diez años precedentes y doce remotos, con la prudencia y cortesía que le caracterizaba y ameritaba la ocasión, se limitó a insinuar que el despegue sería posible por entregar un avión sobre una pista preparados para ello.
Cualquiera pudiera pensar que se refería a la enorme transformación de la infraestructura física llevada a cabo mediante construcción de nuevas obras o la transformación económica impuesta por el crecimiento estimulado con leyes de incentivos y la diversificación mediante agregación de nuevas actividades. O por el mejoramiento de condiciones sociales de vida a ese año con relación a precedentes tal y como lo reconocen los informes sobre Desarrollo Humano elaborados por el PNUD.
Pero la mejor adecuación de la pista para el despegue la constituía unas finanzas públicas saneadas y con excedentes fiscales que permitían efectuar inversiones propulsoras del desarrollo.
Al cierre de 1996 el ahorro corriente del gobierno equivalían al 43% de los ingresos, entonces RD$26,002 millones, en comparación con gastos corrientes por RD$14,890 millones.
Hoy la situación es diametralmente opuesta: los gastos corrientes consumen todas las recaudaciones, el ahorro corriente es nulo y se recurre al financiamiento para cubrir las cargas fijas del Estado. En el informe del Banco Central sobre el primer trimestre de la economía se comprueba que los ingresos corrientes ascendieron a RD$63,278 millones que no alcanzaron para cubrir las cargas fijas del Estado que sumaron RD$63,792, faltándole RD$514 millones sin contar la amortización de la deuda pública que solo la externa demanda RD$12,000 millones.
Como consecuencia el gobierno no cuenta con recursos para efectuar inversiones para satisfacer necesidades de infraestructura social o económica y toda la que efectúe requiere financiamiento generador de endeudamiento que a su vez provoca mayores gastos por el pago de su servicio. Las repercusiones económicas de este desajuste fiscal son tremendas: Impuestos sucesivos han aumentado 60% la carga sobre la producción y el costo de los servicios financieros por la mayor demanda de financiamiento público se ha triplicado; mermando la producción nacional hasta provocar un déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos por satisfacer necesidades con importaciones del orden de US$4,000 millones cuando al cierre de 1995 era superavitario.
Sobre el presidente electo recae el desafío de re-despegar hacia el desarrollo, solo que ahora, a diferencia de 1996, recibe la pista y el avión severamente averiados.