Leonel y el sistema democrático

Leonel y el sistema democrático

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
Estoy, como muchísima gente, de acuerdo con gran parte de las indignaciones de Freddy Beras Goico, un dominicano que profesa un amor caliente por su país, asentado en un fervor patriótico vibrante, estremeciente y hasta eruptivo cuando es necesario a causa de acciones infames, ignominiosas y depravadas de quienes tienen capacidad de mando.

Ha dicho él, más de una vez, que Leonel Fernández es la última esperanza que tenemos en cuanto a la eficacia del sistema democrático en nuestro país.

He pensado lo mismo.

Lo siguiente sería una dictadura, obviamente militar o de esencia militar.

Así de peligrosa es la situación nacional, y así de descomunalmente exigentes son los requerimientos a su mandato. Se trata, nada menos, que de exponer, enseñar y demostrar que la democracia es verdaderamente posible, que es un sistema justiciero, saludable y deseable.

He escrito que la tarea de Fernández se presenta como la más difícil y pesada que ha tenido presidente alguno desde el nacimiento de la República, aunque algunos piensen que a Balaguer le tocó esa labor ciclópea. Balaguer fue un genio político y un hombre de muchas luces, unas veces rosadas, otras incoloras y algunas veces negras, por permisividades propias de la malignidad intrínseca del ejercicio político.

¿Qué los norteamericanos lo pusieron y mantuvieron en capacidad de manejarse en aquellos difíciles doce años?

No.

Lo pusimos nosotros como la mejor opción para torear las circunstancias. Si coincidimos con los yankees fue porque, entonces para variar, ellos también supieron elegir. Tengo, como otros, problemas con los gobiernos norteamericanos, que personalmente me han tratado muy bien. Por los años sesenta dí la vuelta al mundo, a cuerpo de rey, con la Sinfónica de Cincinnati, pagado por el Departamento de Estado. Anteriormente me había invitado a una gira por el Este de Estados Unidos, desde la Floria hasta New Hampshire, en actividades culturales de importancia. No puedo, pues, sentir sino cariño por ese pueblo llano y acogedor, mientras siento dolor, enfado e indignación por el comportamiento del gobierno suyo, complicado en sus compartimientos estancos, pero arrogante, prepotente y desdeñoso hacia los derechos ajenos.

Ahora resulta que nos suspenden la ayuda militar (no creo que sea esa ayuda la que necesitamos) para presionar invalidando un acuerdo bilateral que permite que la Justicia Criminal juzgue a personal estadounidense en territorio dominicano. Ellos pueden juzgar dominicanos allá, pero nosotros no podemos juzgar norteamericanos aquí, hagan lo que hagan.

La República Dominicana cede ante los Estados Unidos. Tal titular se lee en primera página de este periódico, el jueves 7 de julio, 2005.

Se me ocurre que estamos en gran desventaja a causa de la fragilidad (o algo más) de nuestra justicia, que emite fallos tan disparatados -aunque con erradas pretensiones salomónicas- cuando declara a Vincho Castillo inocente de los cargos que le imputa Hernani Salazar. Lo absuelve en lo penal y lo condena en lo civil. También indigna el tratamiento judicial al caso del diácono Rigoberto González y Padial y quienes son señalados directamente por violaciones a niños en San Rafael del Yuma, caso que estremeció al país. Sin embargo fueron favorecidos por un Auto de No Ha Lugar. Nadie enfrentará cargos criminales.

El juicio a los policías de rango, que utilizaban vehículos robados y rescatados, para su disfrute, parecía el inicio de un cambio de actitud frente a la tradicional inmunidad de militares, policías y gente de poder.

No fue así.

Una jueza dictaminó un No Ha Lugar, es decir, la inocencia de la gran mayoría de los acusados, alegando carencia de pruebas, que en verdad eran abundantes y abrumadoras.

No se trata de casos únicos. Todavía el asesinato del periodista Orlando Martínez, hace un montón de años, tiene sombras ominosas. La justicia es selectiva, acomodaticia, poco confiable.

¿Pensarán los norteamericanos, no sin razón, que un grueso maletín repleto de dólares o el efecto automático de disposiciones de «gente fuerte» puedan eventualmente perjudicar a sus criminales juzgados aquí?

¿Están defendiendo su gente o defendiendo la pulcritud de la justicia?

Leonel Fernández es abogado y no dudo de sus buenas intenciones y capacidad, pero es tiempo de actuar drásticamente, de borrar mucho de la inmunidad.

Y salvar el sistema democrático.

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