Leonel y su salida de Haití

Leonel y su salida de Haití

MELVIN MATTHEWS
Hay una flagrante contradicción entre el real desenlace de las protestas violentas escenificadas en Puerto Príncipe contra el Presidente Leonel Fernández, que provocaron tanto la abrupta interrupción de su visita oficial como su precipitada partida del territorio haitiano, y la evaluación que el propio mandatario hizo de esos hechos cinco días después al retornar a Santo Domingo desde México y Estados Unidos.

Conforme a la apreciación del gobernante, los incidentes ocurridos el pasado lunes 12 de diciembre retropróximo no representan el sentimiento del pueblo haitiano, sino que fueron la obra de un «grupito muy reducido», al tiempo que exculpó al gobierno provisional de Haití de las violentas manifestaciones de repudio a su gobierno y a la República Dominicana.

«Obviamente, que eso no fue culpa del gobierno haitiano sino de un grupo muy reducido, que no es la expresión del pueblo haitiano», dijo textualmente el Jefe del Estado citado por la prensa nacional al concluir el sábado su gira por tres países. A la luz de esa evaluación de los hechos claramente pensada, reflexionada y asesorada durante su permanencia en Cancún y La Florida, surge la siguiente inquietud: ¿Por qué el Presidente Fernández salió huyendo de Haití? Al restarle importancia a los incidentes que han alarmado a la opinión pública nacional, atribuyéndolos a una minoría que no representa al pueblo haitiano, ¿de qué se resguardó el mandatario cuando salió tan aprisa de Puerto Príncipe?

Las imágenes de la televisión y las crónicas de los periodistas dominicanos responsables de la cobertura noticiosa confirman la pequeñez del grupo de manifestantes hostiles rechazando la presencia del Presidente Fernández mientras se encontraba en el Palacio Nacional de Puerto Príncipe, y luego un confuso incidente donde participaron agentes de la policía haitiana y soldados de la Minustah que intentaban disolver a los agresivos sediciosos que vociferaban «asesino» al mandatario dominicano, en medio de ataques con piedras y disparos cuando se desplazaba la caravana del «visitante distinguido».

En una palabra: «el grupito que no representa al pueblo haitiano» obligó al Presidente Fernández a abandonar el Palacio Nacional por la puerta trasera y a salir huyendo velozmente rumbo al aeropuerto de la capital haitiana hostigado a su paso por el ruidoso y destemplado repudio.

Por tanto, suspendió su programa oficial que incluiría una ofrenda floral en el monumento a los Padres de la Patria haitiana –Toussaint Louverture, Jean Jacques Dessalines y Christophe–, un café en la residencia del Presidente Boniface Alexandre y una recepción en la embajada dominicana con la presencia de los candidatos presidenciales a los próximos comicios haitianos antes de partir a Cancún, México. Se desconoce si pudo entregar un cheque de miles de dólares que llevaba en carpeta para reiniciar la construcción de la Escuela República Dominicana en Puerto Príncipe.

Si de veras las acciones provinieron de un grupo pequeño y desprovisto de representación popular, entonces no hay motivos para pensar que la integridad física del gobernante dominicano habría estado en inminente peligro, expuesta al riesgo de un magnicidio. Entonces, ¿por qué no cumplió el resto del programa oficial, aunque hubiera sido necesario armarse de valor haciendo más extremas las medidas de seguridad? Esa es una interrogante clave en estas circunstancias.

Porque todo eso era preferible a presenciar el triste espectáculo de un gobernante dominicano huyendo raudo, literalmente despavorido de territorio haitiano sin cumplir los objetivos políticos propuestos y denostado bajo insultantes consignas antidominicanas, entre ellas la de ¡asesino!

Un jefe de Estado no sale corriendo tan fácilmente. Tiene un amplio aparato de seguridad, que en el caso dominicano comienza con el Cuerpo de Ayudantes Militares, un grupo altamente entrenado dependencia de la Secretaría de las Fuerzas Armadas, cuya misión es proteger la vida del mandatario y disuadir o enfrentar cualquier contingencia que arriesgue su integridad. Para evitar la humillación de salir huyendo, los gobernantes acuden a los lugares después que reciben todas las garantías de que probables hostilidades son inexistentes o mínimas, o de que potenciales ocurrencias de ese tipo pueden ser controladas.

Ha trascendido que los organismos de seguridad recomendaron al Presidente Fernández desistir del viaje a Puerto Príncipe, debido a los problemas migratorios y enfrentamientos sangrientos de haitianos y dominicanos en la parte occidental de la isla, al empeoramiento de las relaciones dominico-haitianas, a la inseguridad en territorio haitiano dada la falta de institucionalidad y el caos reinante ante el violento proceso comicial en curso y a la ausencia de garantías para acuerdos con el gobierno provisional del Presidente Alexandre y el Primer Ministro Gerard Latortue.

Pero Fernández desoyó esas recomendaciones y optó por corresponder una visita de Estado en circunstancias totalmente adversas, exponiendo a la humillación la dignidad nacional y al símbolo de la dominicanidad que él encarna en virtud de la legalidad y legitimidad de su condición de gobernante democrático, que lleva sobre sus hombros la responsabilidad histórica de continuar la obra que Juan Pablo Duarte y los trinitarios empezaron en 1844.

Un mandatario dominicano puede salir corriendo de cualquier otra parte, menos de Haití, que es la negación histórica de la independencia y la nacionalidad dominicanas.

Al respecto, conviene terminar recordando el ideario de Duarte cuando enseña: «Por desesperada que sea la causa de mi patria, siempre será la causa del honor y siempre estaré dispuesto a honrar su enseña con mi sangre». 

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