Leopoldo Navarro acuarelista y contertuliano

Leopoldo Navarro acuarelista y contertuliano

Marianne de Tolentino

En nuestra actualidad cultural evitamos celebrar conferencias y exposiciones de arte en el fin de semana – desde el viernes-, por el prejuicio de que la asistencia va a ser muy pobre y, en la práctica, no deja de corresponder a una realidad. Sin embargo, hay sus excepciones, y en particular el Museo Bellapart, desde hace algunos años, lo ha ido probando.
Myrna Guerrero, su muy competente directora, ha institucionalizado una tertulia mensual el sábado en la mañana –aparte de otras actividades educativas– y convirtió estas reuniones en un éxito indiscutible, el público esperando con ansia la próxima… Ejemplo fehaciente fue la última tertulia sobre el artista dominicano, perteneciendo a la primera generación de maestros nacionales: Leopoldo Navarro.
Este encuentro resultó extremadamente concurrido y demuestra la calidad de un interés compartido por la historia del arte. Si mencionamos al magistral acuarelista como “contertuliano”, es que Myrna siempre consigue integrar al pintor o escultor, héroe del mes, hasta el punto de que él (re) vive entre los asistentes como si estuviera participando…
Después de presentar y comentar las piezas –parte de la colección del Museo Bellapart y en exposición permanente–, la anfitriona e historiadora del arte relató la vida, analizó la creación, proyectó imágenes de más obras, cediendo finalmente la palabra a un público elocuente y motivado.
La evocación y memoria de Leopoldo Navarro fue para muchos una revelación. Además, el Museo Bellapart tiene una colección excepcional de doce acuarelas, ciertamente la mayor y más representativa de un pintor único en su categoría y fallecido en su momento de plena producción.
De Leopoldo Navarro. La vida de Leopoldo Navarro, nacido en Santo Domingo en 1861, fue demasiado corta para que se le permitiera disfrutar, en su madurez, del destino sobresaliente que su capacidad y entrega le prometía.
Huérfano a los siete años, él tuvo como tutor y mentor al padre Billini. Su escolaridad fue brillante y se graduó muy joven de bachiller, ingresando pronto a la carrera docente. Gran lector, tenía dotes pedagógicos excepcionales tanto en ciencias como en humanidades, de modo que enseñó en ambas ramas y desempeñó funciones de dirección.
Demostró también talento en dibujo y pintura, recibiendo una primera educación en el taller del famoso pintor Luis Desangles. Él participó en el pionero Salón Artístico de 1890, estableció relaciones artísticas e impartía enseñanza académica. La vocación por el arte se había definido.
Sin embargo su formación artística se precisó, a nivel técnico y cultural, en España: en 1896, el Gobierno dominicano lo envió a Madrid con fines de estudios profesionales. Allí, permaneció casi diez años: habiéndose acabado los recursos estatales, él se mantuvo dando clases y vendiendo algunas obras. Fue, en la Sociedad de Acuarelistas donde trabajó con modelos naturales y aprendió la especialidad que le ha consagrado.
Al volver a Santo Domingo, en 1905, Leopoldo Navarro ejerció el profesorado e importantes responsabilidades; simultáneamente, se dedicó al arte, al dibujo y la acuarela sobre todo.
Falleció inesperadamente en 1908, dejando un legado de obras fundamentales en su categoría. Obviamente, fue en el arte un destino truncado, y quién sabe hasta dónde hubiera podido llegar en el oficio y aun en la teoría. Ahora bien, sigue siendo considerado como el gran acuarelista dominicano.
Acuarela refinada y expresiva. La acuarela, de hecho pintura “de agua” transparente, suele considerarse como una variante difícil y exigente del dibujo, por la casi imposibilidad de corregir, la aplicación directa del color, la ligereza y espontaneidad del toque. No cabe duda de que fue la pasión de Leopoldo Navarro, un artista romántico entre realismo e impresionismo, que se caracteriza por la unidad y diversidad, centrada en la gente. Si reflexionamos, él puede situarse ya como un artista moderno por la vibración del fondo, la expresión de los tonos, la fluidez y la energía de la pincelada.
Si un tratamiento pictórico disciplinado privilegiaba las formas, no le vemos una obsesión del academicismo y del dibujo: hay modulaciones, sustancia, efusión, fineza, en un cromatismo matizado de luminosidad variable según el personaje, llegando hasta la saturación del color. Así, el esplendoroso retrato “Flautista” destaca una asombrosa fuerza en gamas cálidas, a modo de “crescendo” musical…
La organización de la obra en el espacio es prácticamente inmutable en aquellos retratos, ubicados céntricamente, manteniendo también un equilibrio interior en los detalles. Cualquier asimetría se compensa y preserva la armonía compositiva. A veces surge un detalle, casi ínfimo y encantador, como el perrito de “La canastera”…
Leopoldo Navarro se entusiasmó por el dibujo y la pintura desde lo natural, siendo sus “modelos” a menudo personajes entregados a faenas cotidianas. Son los más interesantes, poco importa que sean en su mayoría españoles: triunfan la observación y una propuesta renovada de tipos populares, pero con una cierta dimensión nostálgica.
Antes de su viaje a España, lógicamente él tenía que hacer copias, única opción iconográfica sin modelos en vivo. Ahora bien, hay copias por Navarro que no lo son, sino apropiaciones, como el deleitable fragmento de “Las hilanderas” de Diego Velázquez. En primer lugar, él solo se adueña de una parte –algo modificada- del cuadro, luego suprime la vertiente mítica de la obra, finalmente le pone su sello personal en una técnica distinta. ¡Es indudablemente, como recreación en acuarela, una pequeña obra maestra!
La tertulia que el Museo Bellapart y Myrna Guerrero ofrecieron nos ha hecho penetrar en la historia profunda del arte dominicano. Algo que necesitamos y agradecemos.

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