¿Les digo Algo?

¿Les digo Algo?

La muerte, destino común de los seres vivos se presenta sin avisar, sin tiempo de despedidas ni retraso para quien sale de la escuela de la vida que se dice es el cedazo de purificación previo a otro lugar mejor del que poco o nada se sabe con certeza.
Ni Jesús se eximió de la muerte, quizás porque se le había agotado el tiempo que debía vivir o por haber sido beligerante en la sociedad de su época, que como ahora, había maquinaciones políticas e intereses a los que era un riesgo grave oponerse.
La realidad de la muerte es la misma en todas las sociedades: por edad, accidente inesperado o adrede, por hambre, enfermedad, suicidio, depresión, guerra y pena.
Cuando ocurre una muerte se trata de explicar por qué murió la persona, el animal, la planta, el ave o el pez, porque hay una negación a aceptar la realidad concreta.
Este abril cerraron sus ciclos de vida dos personas cuyas muertes sorprendieron a sus familiares, amigos y compañeros de trabajo: la del periodista y doctor en Derecho Rafael Molina Morillo y del corredor de Seguros Alberto Bienvenido Melo.
Dominicanos nacidos en épocas distintas, a quienes conocimos compartiendo faenas y ejerciendo el deber de decir lo que está mal para que sea corregido.
Eran hombres ejemplos de personas victoriosas ante las adversidades.
Molina Morillo, periodista vertical en el ejercicio de su papel capaz de superar los altibajos en el desarrollo de su carrera, era considerado una persona muy inteligente, creativa, discreta, osada, emprendedora de proyectos que hizo trascender por su consagración al trabajo, su claridad de ideas y su entrega a lograr sus objetivos.
El 28 de abril de 1996, la vida de Alberto Melo cambió súbita y trágicamente al ser impactado por un disparo que le hizo un médico embriagado en una discoteca de la Capital, famosa de esa época.
Estaba en el esplendor de su juventud y de su exitosa carrera en el sector Seguro, sus padres, familiares y amigos pensaron que no superaría su nueva condición.
Alberto en su silla de ruedas era ejemplo de entereza ante las adversidades, sintiendo cada segundo un intenso dolor ocasionado por la bala que tenía alojada en la médula, siguió ejerciendo su liderazgo familiar y social. Sus amigos, a los que prodigó amor, solidaridad y respeto, lo visitaban frecuentemente y trataban igual que antes del accidente.
Consciente de que no volvería a caminar, convirtió su casa en un espacio habilitado para laborar y descansar. El teléfono fue su auxiliar principal. En la silla de ruedas o la cama gestionaba sus actividades productivas, nunca dejó de trabajar.
Rafael Molina Morillo y Alberto Melo nacieron en tiempos diferentes, no obstante, eran ciudadanos notables cuyas condiciones humanas les ayudaron a afrontar las dificultades dignamente, con valentía y decisión.
Descansen en paz.

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