¿Les digo algo?

¿Les digo algo?

La revelación de los manejos inmorales de la empresa brasileña Odebrecht para obtener la concesión de obras en los Estados Unidos, Europa, América Latina, África y el Caribe permitió a los dominicanos concienciarse de que lo sustraído por corrupción aquí es mayor que la suma de las inversiones en todos los megaproyectos construidos en los últimos 50 años de vida republicana.

Al pueblo dominicano le duele la corrupción de la Era de Rafael L. Trujillo y sus secuaces, la de los doce años del Régimen del presidente Joaquín Balaguer, que se pensaba eran los latrocinios más lesivos contra el país y las de los últimos gobiernos que prometieron terminar ese flagelo.

La imposibilidad de que la corrupción administrativa cesara fue sellada cuando el pueblo pudo cambiar la dirección del viento de las épocas nefastas, pero en vez de justicia lo que hubo fue perdón; “borrón y cuenta nueva” para que ese lastre se mantuviera amparado por la impunidad.

Cuando el primer Gobierno perredeísta (después de Balaguer) subió al poder, prometieron gobernar con honestidad y pulcritud. Sin embargo, el pobre don Antonio Guzmán se quitó la vida antes de concluir su periodo, atormentado supuestamente por la posibilidad de ser sometido a la justicia acusado de actos de corrupción durante su mandato.

El expresidente Jorge Blanco, promovido a la Presidencia con el eslogan de campaña “manos limpias”, no pudo tener peor final por la corrupción generada en su Gobierno, una falta que Balaguer, considerado por el pueblo el padre de la corrupción, se sintió con moral para acusarlo de corrupto, castigarlo inmisericordemente y sentar las bases para garantizar su propia impunidad y la de los suyos.

En esos años el Partido de la Liberación Dominicana se empeñaba en ganar espacio entre los votantes con un discurso moralista, dividió al país en peledeístas y corruptos, publicó el Álbum de la Corrupción y prometió poner fin a la apropiación indebida de recursos públicos y al enriquecimiento fácil de quienes ejercen funciones públicas.

En la historia de la corrupción política y administrativa la experiencia acumulada en esas lides cuenta mucho. Los trujillistas y los balagueristas, que tuvieron mayor tiempo dirigiendo la nación como les daba la gana y se enriquecieron con los mismos métodos que los expresidentes y funcionarios que les sucedieron, jamás fueron juzgados y más bien continuaron siendo fichas clave en el juego político dominicano convirtiéndose en referentes para los nuevos administradores de los bienes públicos.

En los corrillos donde se comentaba el rápido enriquecimiento de los líderes y funcionarios del PLD, alguien refirió que una figura eminente de la Era de Trujillo y los gobiernos de Balaguer, con currículo dilatado en asuntos de corrupción, le dijo a un ministro que se desligaba de ese ambiente porque, aunque no lo creyeran, todos caerían presos porque el Estado no podía manejarse obviando los mecanismos establecidos de manera tan evidente y desproporcionada. Es posible que a quienes les hicieron la advertencia ahora lo estén recordando.

Siendo uno más de los innumerables casos de corrupción, por su dimensión y alcance, el escándalo de la Odebrecht ha abierto los ojos de la población, dándose cuenta que el país no puede ser dirigido por políticos y funcionarios carentes de honestidad, de valores morales y humanísticos que les impidan cometer fechorías y aberraciones sin pensar en el daño que causan a la nación y sus generaciones presentes y futuras.

Reordenar el país mediante una Asamblea Constituyente es el camino de la salvación del pueblo dominicano.

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