¿Les digo Algo?

¿Les digo Algo?

En la sala No. 18 del Hospital General Plaza de la Salud (HGPDS) de estudios diagnósticos sonográficos de tejidos blandos coincidieron 17 dominicanas y dos dominicanos a quienes sus médicos les indicaron procedimientos conforme a sus quebrantos.
Era una tarde de lunes mágica en la sala de la segunda planta de la Plaza de la Salud donde la eficiente doctora Rosa Lidia Hosking Peña labora sin receso ni ganas de perder el tiempo que debe dedicar a pacientes ambulatorios e internos.
Las coincidentes esa tarde, todas mujeres grandiosas y excepcionales, tenían en común estar llenas de sentimientos humanitarios, de compasión, consideración y misericordia. Traspasaron las distancias para conocerse y reconocerse en sus dimensiones humanas, sociales y políticas.
En sus conversaciones viajaron por sus vidas, su salud, sus hijos y familiares, la brecha generacional, la contaminación ambiental de todo tipo, la seguridad social, los copagos, la buena y mala asistencia a los enfermos, los tapones de la ciudad, la corrupción, la Marcha Verde, la creencia en Dios donde se dejan los problemas y las angustias, en fin, compartieron pensares y sentires de todo, todo, todo.
El diálogo entablado por el grupo fue como una catarsis.
El hombre alto y flaco que también esperaba su turno en la sala no abrió la boca pero hacía un gesto de aprobación cuando se hablaba de temas que le interesaban. El otro hombre era un joven mulato, amable, estaba inquieto por lo confuso de su cuadro de salud. Ambos las miraban asombrados de la capacidad resolutoria del grupo de mujeres.
Silveria, Genoveva, Agustina, Aracelis, Martha, María Altagracia, Denny Francisca, Clara, Mayra, Maritza, Dulce, tienen unas historias de vida que merecen ser contadas porque reflejan el carácter decisivo de la mujer dominicana.
Aracelis superó un cáncer que la postró en cama varios meses. El deseo de no dejar sus hijos solos y la fe en Dios le permitió recobrar el movimiento y la voluntad de continuar aquí. El médico que la atendió fue su gran apoyo; debe la vida a Dios y a él.
Dulce pasó por las duras pruebas de perder dos hijos: el último hijo en un accidente y el mayor de una esquizofrenia que lo convirtió de ingeniero brillante a una persona depresiva. Sentirse responsable de asumir sus problemas con entereza ante sus demás hijos y su esposo le ha servido para llevar su profunda pena. María Altagracia es pequeña empresaria, con nada empezó a vender ropas de paca, con denodados esfuerzos se las ingenió para criar tres hijas de un padre que las abandonó. Su éxito es haber logrado hacer de sus hijas tres profesionales bien capacitadas.

Clara no sucumbe al dolor de sus huesos resentidos con las labores de limpieza que hace en una institución pública para mantener y educar su único hijo, responsabilidad que la hace sacar fuerzas para vencer las dificultades que encuentra en el camino.
Maritza enfrentó un cáncer que la amenazaba. Apoyada de su esposo y sus hijos ha salido triunfante y dispuesta a continuar luchando para que esa amenaza jamás vuelva a perturbarla.
La Mella es una mujer joven, trabajadora de mayordomía. Labora en hospitales donde ha conocido el dolor. Su corazón sensible y amistoso la ha convertido en un ángel dedicada a predicar la Palabra y hacer el bien. Recientemente pasó por la pena de la partida de su madre.
La enfermedad predispone a las personas a identificarse con la condición del enfermo y a unificarse para acceder a una buena asistencia que, en el caso del país, es precaria. La gente se acerca para ayudarse en sus problemas convirtiendo estos espacios en centros de apoyo mutuo y solidaridad entre pacientes.

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