¿Les digo algo?

¿Les digo algo?

La ausencia de una autoridad responsable, vigilante y efectiva en un país como la República Dominicana incentiva a los asesinos, a los atracadores, a los narcotraficantes y los ladrones de toda estofa, a infringir las leyes, porque aquí no pasa nada a los infractores.
En este país, donde las instituciones están atrapadas en complejas redes de complicidades, el principio de autoridad es uno de los valores que ha perdido más importancia entre las normas establecidas para preservar el orden colectivo y familiar y garantizar las relaciones entre las personas que viven en un mismo estado o comunidad.
A esto contribuye el crecimiento desordenado y la insuficiencia de los servicios indispensables que la gente requiere para satisfacer sus necesidades, lo que procura incursionando en el mercado informal de la economía.
Se estima que el 70 por ciento de la población dominicana económicamente activa encuentra en este mercado el nicho donde tiene posibilidades de obtener los recursos para sobrevivir en un estado caracterizado por la falta de empleo y el deterioro de las instituciones.

En el mercado informal, la mayoría de los dominicanos hoy día, realiza diez mil trabajos, ofrece diversos servicios y vende de todo.
Es fuente digna de sobrevivencia y a la vez caldo de cultivo para los negocios ilícitos, las estafas a ciudadanos, las falsificaciones de dinero, de medicamentos, de alimentos, perfumes, gomas, leches, lavado de dinero, tráfico de drogas y de estupefacientes, contrabando de tejidos, de zapatos, de joyas, de personas, relojes, lentes y un infinito etcétera.
No hay una provincia, municipio, distrito municipal o ciudad del país donde las calles principales no estén convertidos en mercados móviles, en los que se venden víveres y diversos productos alimenticios, enseres domésticos, cosméticos, ropa, calzados, hierbas medicinales, alimentos de animales, plásticos diversos, entre otros en los que también hay desaprensivos que ofertan vicios, amenazas, protección y trafican con influencia.
En esos lugares pululan habitués cuya especialidad es informar a los forasteros donde quedan los lugares importantes de venta de productos prohibidos, donde se falsifican etiquetas, medicinas, compran artículos robados y, como se dice que el dominicano todo lo habla, lo hacen con el mismo desparpajo que se ha escuchado a parientes de personajes vinculados al mundo de las drogas promocionar las bondades de los puntos dirigidos por sus familiares.
En un pueblo donde hay tantos deslenguados, amigos de presumir de que todo lo saben y su diversión es “darle a la sin hueso”, cabe preguntarse: ¿cómo es que a las autoridades les resulta tan difícil identificar a los promotores de vicios, los traficantes, los delincuentes, los atracadores, los violadores de mujeres y menores, los estafadores que todos conocen?
El investigador más malo, en un país como éste, encuentra fácil a cualquier persona. Con el tráfico de drogas pasa como con el tráfico de personas: no se acabará hasta que los estados quieran; será entonces cuando las autoridades encargadas de aplicar las leyes tendrán oídos para oír, ojos para ver y vergüenza y responsabilidad suficientes para actuar.