Aunque muchos así lo deseen, la República de Haití no desaparecerá, aunque se agudice la pobreza, proliferen las bandas criminales, el tráfico de armas, los secuestros y la trata de personas, el contrabando, el tráfico de drogas, la corrupción administrativa y los asesinatos por el poder y que el país que parece no tiene ni un hombre ni una mujer capaz de organizarlo y restablecer el orden institucional con una gobernanza posible.
La muerte de Jovenel Moïse, lamentable porque ninguna persona merece que se le suprima de la vida, abre la posibilidad de que las estructuras del Estado, desarticuladas por la intención que tenía el Presidente de permanecer en la posición, empiecen a buscar salida para restablecer el orden constitucional hasta la realización de nuevas elecciones.
Aunque parezca que en Haití no hay políticos con autoridad y bagaje, existen decenas de hombres y mujeres organizados en partidos de distintas orientaciones y corrientes ideológicas conservadoras, liberales y de izquierda que, a pesar de no contar con el respaldo de la gran prensa, tienen presencia en los distintos estratos sociales y sus dirigentes son conocidos popularmente.
El pueblo haitiano, entiéndase trabajadores, maestros, vendedores, artesanos, comerciantes y pregoneros, empieza a pensar en unas nuevas elecciones que quieren libres y sin injerencia extranjera. Si algo tienen los haitianos y haitianas es un enorme orgullo por haberse liberado de los países que los habían sojuzgado pese a estos tener poderosos ejércitos.
Para algunos conocedores del pueblo haitiano y analistas políticos el punto en que se encuentra la situación de ese país abre la posibilidad de que sea el propio pueblo que reencauce la nación y potencialice sus liderazgos asistiendo masivamente a las elecciones que se convoquen, como lo hizo cuando existieron expectativas de cambio real.
Ahora bien, entre los líderes del pueblo haitiano, Jean Beltrand Aristide es quien tiene la mayor aceptación, el pueblo no olvida que enalteció los valores de su identidad, oficializando el creole como el idioma y el vudú como la religión, dos medidas consideradas vitales para el fortalecimiento de la identidad de una nación.
Durante el Gobierno de Aristide los haitianos experimentaron un renacer espiritual y cultural que acrecentó su deseo de luchar por una vida mejor y de progreso, se acrecentó el interés por la educación, la capacitación para el trabajo y el desarrollo comunitario, aún recordado por muchas personas como puntos importantes y necesarios.
Se debe considerar que, en el presente, la diáspora haitiana en Miami, Canadá, Estados Unidos, Francia, Inglaterra está interesada en contribuir a solucionar la problemática que afecta el país e incluso, connotados intelectuales y profesionales han sido señalados ciudadanos dotados de conocimientos que podrían encauzarlo por un mejor destino.
Han pasado 35 años de la finalización de la dictadura Duvalierista que culminó con la huida de Jean Claude de Haití en la década del 80, tiempo en el que los haitianos han sido no solo víctimas de la maldad política de los poderosos nacionales y de los gobiernos de las potencias imperialistas que escamotean el progreso y el desarrollo de las naciones latinoamericanas y caribeñas, sino también de fenómenos naturales que diezmaron su población y conmocionaron moralmente a sus habitantes, hechos dolorosos que, sin duda, han impactado su conciencia.
Haití necesita encontrarse con su propio destino a pesar de los augurios y la cacareada inviabilidad. Los pueblos encuentran siempre la forma de seguir existiendo por difícil y compleja que sea su situación.