La población dominicana se envuelve con más frecuencia en enfrentamientos cada vez más intensos por diferencias de criterios sobre temas culturales, históricos, étnicos y políticos que debieron haber sido superados en la sociedad de hoy que ha sido capaz de avanzar en su progreso con tesón y sacrificio.
Aunque son disimiles los temas causantes de las fricciones entre los dominicanos, el de mayor irritabilidad e intolerancia es el de Haití, país ante el cual los cabezas de familia de las generaciones anteriores tenían una actitud de mayor comprensión y entendimiento de las implicaciones de la coexistencia de las dos naciones.
Ni los dominicanos ni los haitianos son responsables de los vaivenes de los imperios coloniales que provocaron que en 1697 España le reconociera “el derecho” a Francia al tercio occidental de la isla donde se constituyó con el devenir de los años Haití, mientras el país se desarrolló en la parte oriental y se instituyó como tal en el año 1844, después de 22 años en control de los haitianos.
Los dominicanos y los haitianos a pesar de los años transcurridos no han entendido las causas por las cuales coexisten en una misma isla y han vivido en una fricción persistente azuzada por sectores de ambos países con poder de mantener exacerbadas las diferencias entre los habitantes para garantizar su propio dominio sobre cada nación.
Más allá de los odios y temores comunes, sembrados por las élites de cada lado de la isla, Haití y República Dominicana están compelidos a entenderse y coexistir, cada cual, desde su propia realidad histórica, política y social, cada cual, atendiendo a sus propias urgencias y prioridades y cada uno comprendiendo la realidad del otro.