Los pleitos escolares han tomado un cariz distinto a los enfrentamientos que se producían el siglo pasado en las escuelas, tanto públicas como privadas. Los estudiantes que pelean lo hacen sin ninguna compasión por sus compañeros ni por ellos mismos. Su enfurecimiento es implacable: piensan en clavarle el lápiz profundamente, arrancarle los cabellos, morder para llevarle el pedazo y hasta correr a la casa a buscar un arma, un chucho o un bate con el cual acabar con su compañero o compañera de escuela.
En todas las escuelas del mundo niñas y niños de distintas edades y cursos escenifican peleas en pareja, grupales, de varones contra hembras y viceversa, que muchas veces no llegan a producirse por la intervención del maestro, de la directora o de alguna persona que se encontraba en los alrededores.
En los centros escolares del país esos conatos estudiantiles eran y son frecuentes. Cada generación crea frases para concitar al pleito; siempre hay dos dispuestos a pelear y voceros que se ocupan de anunciar el enfrentamiento.
Los responsables de las peleas eran retenidos en la dirección y cada quien se iba a su casa rogándole a todos los santos que sus padres o hermanos mayores no se enteraran de que pelearon o iban a pelear en la escuela.
Lo nuevo, preocupante, es la intensidad de las confrontaciones que deben ser estudiadas por las autoridades para prevenir su expansión con políticas pertinentes.