El conflicto en torno al río Masacre ha evidenciado que la importancia del agua crece con su escasez. Un caudal insuficiente para satisfacer la demanda ha convertido un canal en causa-nación de dos países cuyos destinos están atados por la geografía, la historia y el intenso flujo comercial y humano que se verifica en su frontera.
La manipulación politiquera de un problema real para el que no existen soluciones fáciles, de corto tiempo ni mágicas y que crece con el deterioro creciente de las cuencas productoras de agua, ha servido para elevar la animadversión de uno y otro pueblo y para la unificación de sectores enfrentados en cada lado de la frontera.
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Es posible, necesario y urgente reorientar esas energías a rehabilitar cuencas, recuperar bosques de galería, optimizar los sistemas de riego, disminuir las pérdidas y controlar la contaminación de las aguas. Con medidas eficaces se puede disponer de volúmenes muy superiores a los que generan el actual conflicto.
En soluciones basadas en el enfrentamiento de las causas reales de la disminución de caudales debe centrarse la acción conjunta de ambos Estados y de la intermediación y cooperación internacional.
Solo en la mesa del diálogo, con espíritu de colaboración, solidaridad y hermandad, bajo respeto absoluto de la soberanía y derecho de cada pueblo, puede empezar a conjurarse un problema tan complejo y multicausal.
¡Así sea!