El caos en el tránsito de las grandes ciudades del país tiene un altísimo costo económico y emocional y es un factor de irritación para la población. Al ruido y las emanaciones de gases contaminantes se suma el maltrato a pasajeros que se transportan hacinados en autobuses, automóviles y motocicletas en medio de un desorden surrealista que evidencia la ausencia de políticas públicas eficientes en ordenamiento urbano y movilidad.
Los accidentes de tránsito y las enfermedades respiratorias derivadas de la contaminación producida por un parque vehicular obsoleto y descuidado producen la pérdida de miles de horas laborales, consumen una proporción significativa del magro presupuesto de salud y ocupan la tercera parte de las camas en hospitales y clínicas.
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A pesar de los esfuerzos de los organismos públicos relacionados con la movilidad, el problema crece cada día y las autoridades se ven obligadas a improvisar soluciones que, al estar desligadas de estrategias consistentes y planificadas, resultan costosas e ineficientes.
Sin hacer eficiente y ágil el transporte colectivo a los fines de reducir la cantidad de vehículos en circulación; sin planificar y ajustar los horarios de entrada y salida a los centros educativos y laborales para disminuir la saturación en las horas pico; sin planificar la expansión urbana, incluyendo la ubicación estratégica de fábricas, escuelas y universidades; sin parqueos públicos, educación vial y un régimen de consecuencias efectivo no habrá solución al problema del tránsito.
Urge actuar.