El duelo de los candidatos y los dirigentes de los partidos que pierden las elecciones dura más que el que se guarda a un familiar o produce una catástrofe. Van de la televisión a la radio, a las redes sociales, a la prensa, al cable y hasta a la radio galena alegando “truchimarrullerías”, denunciando fraude y malas artes para adquirir votos a través de prácticas que ellos mismos han usado y usan en el afán de estar en el poder.

Víctima de un sistema clientelar, tramposo y hegemonizado por poderes fácticos que nada tienen que ver con las promesas y programas demagógicos, el pueblo acude o se ausenta sin que los resultados cambien su destino.

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El mismo domingo pasado, la Junta Central Electoral no había emitido el primer boletín del escrutinio municipal, cuando ya las dirigencias de los principales partidos de “oposición” empezaron alegar fraude con los mismos argumentos utilizados en pasadas elecciones por los triunfadores de hoy.

En las sucesivas elecciones realizadas en el país desde Trujillo a Balaguer, Jorge Blanco, Leonel, Hipólito, Danilo y ahora Abinader se han reproducido esquemas, renovados cada vez, de fraude electoral: dislocamiento en el padrón, robo de urnas, conteos y registros amañados, votos múltiples, compra de cédulas, compra de votos entre otras formas conocidas y desconocidas de suplantar la “voluntad popular”.

Esa es tal vez, una de las principales razones del abstencionismo de los electores de este pueblo que ha sido engañado una y otra vez en su pretensión de vivir en democracia.