Como si se tratase de una serie de ficción los medios de comunicación de todo el planeta informan detalladamente de las maravillas tecnológicas incorporadas en las armas de última generación, capaces de recorrer miles de kilómetros e impactar con precisión milimétrica y capacidad destructiva total sobre sus blancos sin ser detectados, garantizando el exterminio total de personas, construcciones y naturaleza.
Semana tras semana se hace reportes de miles de víctimas, presentados por cada bando como logros militares que evidencian sus avances. Cada fallecido implica el luto de madres, parejas, hijos, hermanos y amigos; a cada mutilado le cambian para siempre su vida y se ensombrece su futuro.
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Pero la guerra es un gran negocio para la industria de las armas y para las mafias internacionales que se dedican a “reconstruir” lo que con tanta precisión y cuidado fue destruido por las bombas fabricadas por quienes son también accionistas de las grandes empresas expertas en reconstrucción. Muerte y destrucción como negocio, muerte y destrucción al servicio de intereses que nada tienen que ver con quienes sufren sus consecuencias.
El riesgo de escalar hacia el uso de recursos bélicos capaces de destruir gran parte del planeta, de provocar la muerte o afectar la salud de casi toda la humanidad es tan real que urge una reacción universal de todos los pueblos para aislar y derrotar a los halcones de la guerra.
Ninguna guerra es ajena o lejana. La paz es un compromiso de todos. En Navidad y siempre hagamos guerra a la guerra. ¡La paz, compromiso de todos, sea con todos y para todos! ¡Así sea!