El tiempo consumido en el tráfico ha llegado a un nivel tan extremo que se ha convertido en uno de los temas dominantes de esta Navidad. Los habitantes y visitantes a las principales ciudades de país han pasado gran parte de su tiempo útil estancados en calles y avenidas mientras intentan resolver asuntos cotidianos o relacionados con las festividades de adviento.
Los impactos económicos y las consecuencias sociales del caos en el transporte urbano son significativos: incrementos en el consumo de combustibles, pérdida de tiempo laboral, contaminación del aire, ruido, excitación, violencia y hartazgo social, entre otros.
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Es evidente que las políticas públicas en materia de transporte y movilidad han fracasado. La promoción continua de soluciones individuales y la ausencia de estrategias definidas para abordar las causas reales y no las manifestaciones eventuales del problema contribuyen la profundización y complicación de este.
Las soluciones son complejas, difíciles y costosas, requieren voluntad política para priorizar inversiones y medidas de ordenamiento y regulación. Organizar y hacer eficiente el transporte colectivo; planificar los horarios de entrada y salida a centros laborales, educativos y lugares o actividades que concentren mucho público; sistematizar y ajustar los semáforos a las frecuencias e intensidades del flujo en cada zona; capacitar, evaluar y supervisar a los agentes que controlan el tráfico; aplicar un régimen de consecuencias para violadores de las leyes y normas de tránsito, aparcamiento y registros; incluir la educación vial en todas las modalidades y niveles de educación.
Deseamos a todos feliz Navidad, menos tapones y mucha, mucha calma en el caos de nuestras calles.