La manera en que el Gobierno y sectores de la sociedad dominicana reaccionan ante la migración haitiana, plantea preguntas sobre nuestros valores éticos y humanos. ¿Responden estas acciones a los principios fundamentales de nuestro Estado? Lamentablemente, no.
Dominicanos y haitianos compartimos una isla y una historia marcada por circunstancias coloniales y realidades distintas. Hoy, la aguda crisis económica, social y de gobernabilidad en Haití, junto al empobrecimiento y el auge de la violencia, obligan a miles de haitianos a buscar refugio en nuestro país.
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Ante este drama humano, algunas respuestas, como el reciente “protocolo de las parturientas”, que restringe la atención a mujeres haitianas en hospitales dominicanos, resultan inhumanas y crueles. Medidas así indignan, sobre todo a las mujeres, y violan principios consagrados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Desde la ética, cabe preguntarse: ¿Se gana algo con políticas que solo profundizan la separación y el resentimiento entre dos pueblos vecinos? ¿No estamos perdiendo la compasión y la misericordia que han distinguido a nuestro pueblo?
La ausencia de una política clara y humanista para gestionar la relación con Haití ha dado paso a respuestas emocionales y prácticas injustas, que contradicen los valores esenciales para la convivencia.
Cualquier solución a este desafío debe basarse en el humanismo, la ética y la moral más profundas, recordando siempre que la dignidad y los derechos humanos no pueden sacrificarse bajo ningún pretexto.