¿Les digo Algo?

¿Les digo Algo?

Ocultar los problemas no contribuye a su solución.
Todo lo que he narrado sobre el hospital Infantil Robert Reid Cabral lo he vivido: cuando acompañé una colega a llevar su niña de meses a emergencia, donde murió; hace pocos días asistí al viacrucis de padres que procuraban sangre y viví la experiencia de niños enfermos remitidos a otros centros privados o públicos para ciertos estudios por carencia o infuncionabilidad de los equipos requeridos.
En carta enviada a este diario por el director y el subdirector del hospital Infantil Robert Reid, se intenta desmentir el drama surrealista protagonizado por padres que van en procura de la salud de niñas, niños y adolescentes a ese centro de atención y especialidades médicas.
Ciertamente el Robert Reid Cabral goza de fama por las proezas médicas alcanzadas por dedicados y consagrados médicos que hicieron y hacen de su profesión una misión de vida y lo convirtieron en el hospital más importante con que cuenta la población para tratar las enfermedades de niños, niñas y adolescentes.
Sorprende que transcurridos más de treinta años de haber salido de los 12 años, de haberse sucedido más de siete gobiernos, siete ministros de Salud y seis directores de ese centro de pediatría, la atención a los pacientes sea precaria y carente de la dedicación que caracteriza a los centros destinados a la infancia.
Es precisamente por tratarse del hospital Infantil Robert Reid Cabral, considerado un faro de la luz de la salud, que los padres y visitantes son sacudidos cuando constatan en carne propia la realidad de las precariedades que relatadas en los dos artículos que escribimos sobre las experiencias vividas al acudir al centro interesada en la salud de un niño allí internado.
Pese a que existe un Banco de Sangre nunca hay “una pinta ni para emergencia”, se les dice a los familiares, a pesar de que periódicamente hay instituciones que envían personal a donar sangre.
Que a pesar de que tiene un servicio de mantenimiento, las camas están cubiertas de polvo y sucio que se puede recoger y pesar por salas; que aunque los pisos estén limpios impera un mal olor en el ambiente; que habiendo una unidad de imagenología, las sonografías, resonancias, doppler y otros, se deba llevar los enfermos a clínicas y hospitales tras agravarse mientras esperan que el especialista vaya a examinarlos.
No, los hechos descritos en esta columna no son inventos. Son realidades verificadas y verificables que no deberían ocurrir en un hospital de la capacidad e importancia del Robert Reid, habilitado para sanar los miles de niños y niñas con problemas de salud y que deberían restablecerse en menos tiempo del que pasan internados socavando a la familia, al Estado y en muchos casos, adquiriendo dificultades mayores que las que los llevaron al centro.
No son inventos, son realidades vividas en el instante en que ocurrieron los procesos de angustias e impotencia narrados.
La vida y la salud son los derechos más fundamentales de la persona. Los padres tienen derecho de exigir a quienes deben suministrar esos servicios que lo hagan con dedicación, compasión y eficacia.
El Robert Reid y todo el Sistema de Salud necesitan y merecen mayor asignación presupuestal, mejor seguimiento institucional, eficiente supervisión y continua evaluación de su nivel de cumplimiento, su eficacia y su función social.

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