¿Les digo Algo?

¿Les digo Algo?

Cómo fue que las mujeres perdieron poder si, como afirma el mito en sus dos variantes, al principio de la humanidad ellas encabezaban un sistema social llamado matriarcado o las líneas filiales y las identidades sociales se establecían a partir de la madre en una sociedad de iguales?
La pregunta salta repasando la historia del movimiento feminista que desde diversas aproximaciones teóricas cuestiona la existencia del matriarcado o ginecocracia que se afirma ejercieron las mujeres de las sociedades primitivas.
Las especulaciones sobre el sistema matriarcal al comienzo de la humanidad se basan en las evidencias de que lo femenino siempre ha sido importante en las culturas tradicionales ligadas a la tierra, a la nutrición, la abundancia, la fertilidad, la comunidad y al crecimiento, por lo que no se descarta que hubiese un sistema social basado principalmente en la mujer.
Rosalía Díez Celaya, en el libro La Mujer en el Mundo, apunta que “el hecho de que parezca evidente que la subordinación femenina haya prevalecido siempre en el planeta puede deberse a que no se hayan descubierto pruebas materiales que confirmen las hipótesis que apuntan hacia la idea de matriarcado o, más exactamente, ginecocracia”.
Nos identificamos con la autora cuando al respecto sostiene: “… es también constatable que, debido a los parámetros culturales de una historia escrita por hombres en un mundo de hombres, el simple y llano ocultamiento de la mujer y de sus memorias ha podido relegar la existencia de hechos y soslayado interpretaciones que pueden conducir a conclusiones distintas”.
En este mundo habitan 3,650 millones de mujeres en las mismas circunstancias derivadas de la posición de subordinación de género como la sociedad ha interpretado la forma de ellas relacionarse y comportarse con sus congéneres.
No importa el país de donde sean las mujeres, sus condiciones de vida y su posición social y económica parecen calcadas tanto en oriente como en occidente, es como si ser mujeres equivaliera a padecer el mismo destino o correr la misma suerte.
Reconocer que en términos humanos, sociales y políticos mujeres y hombres tienen las mismas prerrogativas, es inadmisible al momento de valorar las potencialidades femeninas.
La sociedad ha distorsionado la imagen de la mujer a nivel de ser desvalido y destinado a acatar silenciosamente los sucesos que afectan su bienestar, condición física, social y política.
La mujer es desvalorizada desde el nacimiento. En nuestras culturas cuando nace una niña se anuncia la llegada de una chancleta, una guagua, una cabrita…palabras de cargas despectivas.
La vida femenina es una lucha por la valoración del ser mujer, implica presenciar y sentir el impacto del discrimen incluso en el mismo seno familiar, mientras más pobres, negras o marginadas son las familias, mayor es la desvalorización.
La educación forma a las niñas para aceptar ser personas de segunda categoría destinadas a depender de los deseos del hombre, a procurar la aprobación de los otros a través de adornarse, pintarse y mostrar su anatomía a la manera impuesta por relaciones de subordinación a lo masculino.
La mujer lleva siglos luchando por alcanzar su liberación.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas