Había escuchado ¿dos veces?, ¿tres?, en años de remota infancia, un proverbio francés que realmente no comprendo cómo pude entenderlo, porque lo escuché de mi padre… que no hablaba francés. Presumo que él lo escucharía en labios de su amigo Achilles Nimer y lo atrapó cabalmente dentro de sus esquemas tendentes al pesimismo.
El aforismo completo, como él lo decía era: “La vie est dur, le pain amer, les enfants très facile à faire”, (La vida es dura, el pan amargo, los niños fáciles de hacer). No sabría explicar la razón por la cual se me quedó grabado. No era drama que me tocara. A lo sumo tendría yo siete años. Aún después, ni he encontrado amargo el pan, ni dura la vida, ni más que responsabilidad cuando llegó el tiempo de tener hijos.
Pero, dejando de lado lo personal –hasta donde es posible– de vez en cuando recuerdo la frase, preocupado por la facilidad con que adolescentes, casi niños, tienen relaciones sexuales profundas sin ninguna precaución por producir una preñez.
¡Ah! –me dicen– es que la vida moderna incita a la sexualidad temprana… hay muchas facilidades… libertad… no son tiempos en que los padres puedan controlar a sus hijos adolescentes, como antes. También están las drogas excitantes.
Pero en cualquier farmacia o negocio vario se ven expuestos atractivamente los preservativos ¿serán tan costosos que los jovencitos no pueden adquirirlos, aunque tienen dinero para motel y drogas?
Me ripostan que “la vida moderna” (otra vez) no deja tiempo para que los padres conversen con sus hijos, aconsejándolos debidamente e inculcándoles principios morales. Que vivimos tiempos muy conflictivos.
No me cabe duda. Pero hay que hacer algo al respecto. Entiendo que la valiente y sabia actitud del presidente Danilo Medina al observar el Código Penal en cuanto a la interrupción del embarazo en casos de riesgo de salud para la madre, violada y abusada, merece todo el apoyo ciudadano.
Es un crimen dejar morir una mujer embarazada cuya vida peligra seriamente, porque el aborto es ilegal. Las silenciosas muertes que ocurren cuando la madre a la fuerza determina abortar y se realiza un procedimiento sin contar con la asepsia, o los equipos para enfrentar emergencias y sin la capacidad del cirujano… esas silenciosas muertes son realmente incontables.
Me tomo la libertad de reproducir un fragmento del reciente artículo de Rosario Espinal titulado ¿Miedo a las iglesias? porque considero que las actitudes eclesiales están equivocadas.
“Una mujer embarazada puede optar por morir si sus creencias religiosas así lo establecen, no porque lo imponga una ley civil. Y claro, una mujer puede decidir tener un hijo producto de una violación si así lo establece su religión, pero no porque la ley la obligue.”
“Cuando una vida en gestación se coloca por encima de la vida y salud de la madre, se está invocando el posible sacrificio mortal de la mujer. Ese martirologio puede dictarlo una religión a sus seguidores, no el Estado democrático en un Código Penal que será aplicado a todos.”
Soy claramente provida, y ese criterio no se limita a la vida por venir, sino que la incluye. Hay muchos casos en que el aborto puede y debe ser considerado un crimen, pero hay otros es que es una medida que se justifica. El aborto legal debe tener sus reglas, muy claras, y sus excepciones. No puede ser un modo de resolver “descuidos pasionales”.
Me adhiero a las consideraciones del presidente Medina y apelo a una valiente y sensata actitud del Congreso.