Letras
Alcántara Almánzar: Premio Nacional de Literatura 2009

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El Premio Nacional de Literatura 2009, el cuentista y ensayista José Alcántara Almánzar, es uno de los escritores dominicanos que  mejor domina el idioma.  Su prosa, manejada  con meticulosidad,  es fruto de un trabajo arduo.

Autor de cinco libros de cuentos y numerosos ensayos, Alcántara Almánzar no ha querido sacrificar la calidad por la cantidad, por lo cual su obra no es tan voluminosa.

El galardonado, de 61 años, se benefició del  privilegio de tener como mentores literarios a cinco grandes escritores del siglo pasado: Héctor Incháustegui Cabral, Máximo Avilés Blonda, Freddy Gatón Arce, Manuel Rueda y Virgilio Díaz Grullón.

De su obra cuentística prefiere dos libros: “Las máscaras de la seducción” y “La carne estremecida”, sus dos últimos tomos  de cuentos. Está enfrascado en proyectos creativos.  Alcántara Almánzar habla como un maestro, profesión a la que le dedicó seis lustros de su vida, y revela, con su proverbial humildad, gran conocimiento de la literatura nacional y universal, porque desde joven ha sido un lector insaciable.

El Premio Nacional de Literatura 2009 le fue concedido el pasado lunes por la Fundación Corripio y la Secretaría de Cultura por “su sólida obra literaria”. Desde entonces, el teléfono de su despacho en el Banco Central, donde es director del Departamento Cultural, no ha dejado de sonar.  A pesar de que ha escrito cuentos de gran calidad, Alcántara cree que le falta mucho por aprender en ese difícil género, en el que el lenguaje es lo esencial.   No concibe que un escritor no domine mínimamente su recurso principal: el idioma. “Un escritor (…) no termina nunca de alcanzar lo que anhela”, plantea.  

A continuación la entrevista hecha al galardonado.

P.  ¿Cómo fueron sus primeros pasos en la literatura?

R. Comencé publicando artículos sociológicos en la antigua Revista “Ahora”, en el año 1970, impulsado por mis estudios de sociología en la universidad. Pero mis inicios literarios propiamente dichos ocurrieron en los inicios de los setenta del siglo pasado, ya que fui profesor de literatura española, dominicana e hispanoamericana en el Colegio Loyola (1969-1973) y en esos años había necesidad de materiales didácticos que  no abundaban en el país. El doctor Rafael Molina Morillo, propietario de Publicaciones Ahora y directora de “El Nacional” –padre de mi alumno José Antonio Molina–, fue quien me estimuló a publicar mi primera obra, la “Antología de la literatura dominicana” (1972), que tuvo una enorme demanda y que constituyó, viéndola en retrospectiva, una antología generacional, pues allí fueron incluidos escritores jóvenes que hoy son grandes  figuras de las letras nacionales, como Andrés L. Mateo, Jeannette Miller, Armando Almánzar, entre otros. Así comencé.

P. ¿Por qué decidió por la narrativa corta?

R. Un escritor no decide el género en que habrá de desarrollar su obra, sino que éste se impone por la fuerza de la vocación. Aunque el ensayo es un campo que goza de mi predilección desde los inicios de mi carrera, y que siempre he cultivado, fue el cuento el género donde me sentía más cómodo. Yo digo que el cuentista tiene una estructura mental sintética, emplea el menor número de palabras para decir las cosas y todo tiene una condensación que le permite comunicarse en un espacio breve. Por supuesto, el cuentista debe perseguir siempre esa densidad, esa síntesis sin la cual el cuento no se produce. Y, como decía Faulkner, un cuentista debe tener tres cualidades: experiencia, capacidad de observación e imaginación. Imbuido de ese espíritu, así nacieron mis primeros libros de cuentos: “Viaje al  otro mundo” (1973), “Callejón sin salida” (1975) y “Testimonios y profanaciones” (1978).

P.  ¿Sus cuentos nacen de vivencias o sueños?

R.  En el caso de un escritor, todo es material para su obra, no sólo las vivencias y los sueños. Hay muchas otras cosas que entran en juego en la creación literaria, que son tan importantes como las experiencias vividas: los deseos insatisfechos, las fantasías, las ideas. Así que aprovecho todo lo que puede servirme a la hora de escribir, pero siempre lo esencial surge de uno mismo, de su interior, por eso la otra es intransferible.

P.  ¿Usted se considera un escritor minucioso?

R.  Creo que sí, porque cuido mucho los detalles, el acabado final, la forma literaria. Aunque se trate de un artículo, le doy la importancia que merece. En el caso de la ficción literaria, hay que pulir hasta lograr los resultados que se buscan. La improvisación y la negligencia son peligros que trato siempre de evitar.

P.  ¿El periodismo puede ser útil al escritor?

R.  Algunos piensan que sí, otros que no. Héctor Incháustegui, con su habitual sabiduría, afirmaba que el periodismo podía ser una escuela para el escritor, porque le daba el sentido de las proporciones muy bueno. Él, que ejerció el periodismo, decía que uno aprenda a “echarle agua a la leche” cuando hay que alargar algo que no tiene mucha sustancia, y lo contrario también. En mi caso particular, el periodismo ha sido un vínculo de comunicación muy importante, como se puede advertir en mi libro “La aventura interior” (1997), publicado a raíz de haber sido galardonado con el “Premio a la Excelencia Periodista Arturo Pellerano Alfau” (1996), donde reúno una serie de artículos inicialmente publicados en el suplemento literario “Isla abierta”, del periódico “Hoy”.

P. ¿El Premio Nacional de Literatura es una consagración a su carrera de escritor?

R. Soy reacio a pensar en términos de consagración o cosas por el estilo. Un escritor siempre está en proceso, no termina nunca de alcanzar lo que anhela. Hacer ficción es una manera de resolver un proceso de escritura y en ese sentido uno siempre está en alguna parte del camino. De manera que este premio lo recibo con alegría y gratitud, pero sin engreimiento, sin creerme que es una consagración, porque todavía pienso que puedo seguir contribuyendo  en la medida de mis posibilidades al vigoroso caudal de las letras dominicanas.

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