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Junot Díaz: una voz sin precedentes en la literatura dominicana

<STRONG>Letras<BR></STRONG>Junot Díaz: una voz sin precedentes en la literatura dominicana

A pesar de las placenteras experiencias vividas en Europa y África del Norte en el transcurso de mis vacaciones durante el pasado mes de octubre, ninguna fue mas satisfactoria que observar en todas las librerías visitadas en Barcelona y Madrid la novela titulada “La breve y maravillosa vida de Oscar Wao” de Junot Díaz, impresa por la editorial Mondadori a un costo de 23 euros el ejemplar.

En las últimas cuatro décadas y mientras realizaba mis correrías por las bien surtidas librerías de las dos ciudades antes mencionadas, nunca autor dominicano fue huésped de sus estanterías ni mucho menos residente en sus meticulosos inventarios, representando desde luego una grata sorpresa encontrar promocionado en exhibidor de honor a un compatriota que por fin coloca el país en el mapa de las letras mundiales.

Este protagonismo fue la consecuencia de haber obtenido en el 2008 el Premio Pulitzer en reconocimiento a la excelencia de su primer trabajo novelístico, galardón estadounidense cuya primera entrega se hizo en 1917, haciendo que Díaz se encuentre en compañía de plumas de nombradía internacional como: Sinclair Lewis, Peral S. Buck, John Steinbeck, Ernest Hemingway, William Faulkner, Carl Sagan, Norman Mailer y Oscar Hijuelos entre otros.

Durante la lectura de su trabajo me apercibí de dos cosas: la primera, de que paradójicamente es necesario alejarse de las cosas para verlas de cerca –desde New York nuestras cosas parecen que se ven mejor- y segunda, el que genéticamente somos iguales a los otros pueblos, pero el medio isleño que nos envuelve es letal para el desarrollo y sostenimiento de las actividades científicas y literarias.

Quienes lean la novela editada por Alfaguara (ignoro si la de Mondadori es igual) deben por obligación leer con detenimiento las notas a pie de página, ya que las mismas, aunque fueran escritas con la finalidad de ilustrar al lector anglosajón sobre algo dicho en el texto, contienen explicaciones de una gran fuerza descriptiva casi siempre referidas al campo dominicano o a sucesos ocurridos durante la larga noche trujillista.

Quiero subrayar además, que por la ostentosa y aparatosa conducta de los dominican york –los doyo, como dice Junot- el argumento de la novela no era en principio de mi agrado, y a esta indisposición se adicionaba el hecho de que en ciertos círculos que frecuentaba las críticas no les eran favorables, atendiendo quizás a su juventud y a la audacia de relatar episodios sobre el régimen Trujillo conocidos solamente de oídas o mediante la lectura.

Sin embargo todas mis prevenciones comenzaron a perder su validez cuando al final de las palabras introductorias, o en todo su caso, antes de iniciar el primer capítulo, Oscar Wao se preguntaba ¿qué puede ser más ficción que Santo Domingo? ¿qué mas fantasía que las Antillas? sugerentes interrogantes que lo hermanaban a Juan Isidro Jiménez Grullón en una apreciación similar formulada por este último hace alrededor de sesenta años.

Cuando en realidad me convencí de que en el porvenir podemos contar con un auténtico novelista, o sea, aquel capaz de metamorfosear la realidad en bellas imágenes literarias, fue al leer las admirables descripciones que hace de cosas aparentemente irrelevantes, desposeídas de la menor importancia, pero que su genio, haciendo galas de una alquimia propia de los elegidos, transforma en una encantadora lectura.

Citaré los siguientes que figuran en el texto o en las notas al pie de página: “En aquellos días (época de Trujillo) las ciudades no se amenazaban unas a otras con humos e ingentes hileras de casuchas; en aquellos días sus límites eran un sueño corbusiano: lo urbano simplemente desaparecía con la rapidez de un latido, en un segundo estabas en las profundidades del siglo XX del Tercer Mundo y al siguiente te encontrabas sumergido 180 años atrás en ondulantes cañaverales”.

Ahora éste: “Las afueras de Azua eran La Casalcarajo, los Badlands, el Dober-al, era Tatooine; los residentes podían pasar por los sobrevivientes de algún holocausto no tan distante. Los pobres andaban en harapos y vivían en chozas que parecían construidas con el detritus de un mundo anterior. De haberse lanzado el astronauta Taylor entre esa gente, hubiera caído al suelo y gritado: no es el fin del mundo, son las afueras de Azua”.

Y finalmente estas dos: “el rechazo de las universidades de New York llegó tan rápido que le asombró que no llegara por Pony Express cuando el invierno asentaba su miserable culo pálido por todo el norte de New Jersey” y para definir el aspecto melancólico de un camarero dijo: “tenía el aire triste de un hombre acostumbrado desde hacía mucho a la demolición espectacular de sus sueños”.

Estos destellos de genialidad hay que por desgracia pescarlos dentro de una prosa trufada de expresiones del argot japonés, newyorkino, vietnamita y puertorriqueño; a referencias de películas como “El planeta de los simios”, “Matrix” y “Akira”; a personajes del Señor de los Anillos, de novelas de Stephen King y de J.R.R. Tolkien, así como de series televisivas como Miracleman, The twilight zone y Big Blue Marble, desconocidas en su mayoría por los dominicanos adultos.

Como rasgo característico de un novelista con garras, mientras Díaz revisaba el primer borrador de su novela una amiga le advirtió que Oscar Wao no podía haber aprendido a bailar el perrito en los setenta ya que el mismo se popularizó a finales de los ochenta y principios de los noventa, a los cual contestó: “no voy a cambiar el asunto del perrito en la versión definitiva pues me gusta demasiado la imagen; le pido perdón a los historiadores del baile popular”. Es el gesto de un artista genuino.

Creo, que un detalle que permite diferenciar a un novelista de calidad de un ensayista, cuentista, dramaturgo o cualquier cultor de los géneros menores, es que para el primero la realidad no es nada y la imaginación lo es todo, no resultando nada sorprendente que el autor de Oscar Wao enseñe escritura creativa en el Instituto Tecnológico de Massachussets, mundialmente conocido por sus emblemáticas siglas MIT.

La mayoría de los llamados novelistas dominicanos escriben como hablan o por el contrario hacen uso de una grandilocuencia tan barroca que recuerdan una de las fachadas de “La Sagrada Familia” en Barcelona; carecen de la sagacidad o ingenio para deslizar en sus descripciones seductoras metáforas literarias; no manejan adecuadamente los diálogos y además, el ritmo de su prosa es una especie de montaña rusa que desconcierta a muchos lectores.

En relación a la novela de Díaz, habrán lectores que no estarán de acuerdo con el título de la obra –la vida de Oscar Wao puede ser todo menos maravillosa-; no les interesarán las aventuras de los extraterrestres o de los superhéroes; el universo de Dune, Darkseid y Galadriel les dejará completamente indiferentes; y serán insensibles a que el personaje La Inca rezara con un espíritu tan fervoroso que se rumoró que el mismo Diablo tuvo que alejarse del Sur durante varios meses.

A todos ellos les diré, que si bien es verdad que en su conjunto la novela de Junot no es algo sensacional o extraordinario, es imposible no detectar en ella chispazos de creatividad, reflejos de una desbordante fantasía que anuncian la entrada en escena de un gran novelista cuyas futuras entregas, no solo serán una delicia para los letraheridos, sino una gloria para la literatura dominicana y un blasón para el orgullo nacional.

En síntesis

La diferencia

En apreciación del autor, la mayoría de los novelistas dominicanos escriben como hablan o con uso de la grandilocuencia. En Jonot   se detectan continuamente chispazos de creatividad, reflejos de una desbordante fantasía que anuncia la entrada en escena de un gran novelista.

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