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Marcallé Abreu: valor de su escritura

<STRONG>Letras</STRONG><BR>Marcallé Abreu: valor de su escritura

Entre cuentos y novelas, Roberto Marcallé ha publicado 13 libros y permanece inédito el décimo cuarto, de cuentos, que ganó el premio de la Sociedad Renovación de Puerto Plata, en 2005, titulado “Desdicha, enfermedad y muerte cortesía del señor Marcelino Ozoria”.

En su libro “La narrativa de Roberto Marcallé Abreu”, Giovanni di Pietro solamente estudió los libros de cuentos “El minúsculo infierno del señor Lukas” (1973) y “Sábado de sol después de las lluvias” (1976).

El crítico no tuvo acceso a los otros libros de cuentos de Marcallé Abreu, que cito en orden de publicación: “Las dos muertes de José Inirio” (1972, premio de cuento Jacques Viau patrocinado por el Movimiento Cultural Universitario); “Ya no están estos tiempos para trágicos finales de amor” (1982); “Alternativas para una existencia gris” (1982); y, por supuesto, el texto ganador del concurso puertoplateño, por estar inédito.

Del grupo de novelas, Di Pietro estudió siete, a saber: “La soga” (1972); “Cinco bailadores sobre la tumba caliente del Licenciado” (1978); “Confidencias en torno al oscuro destino de la única mujer fatal” (1980); “Espera en penumbra en el viejo bar” (1980); “Estas oscuras presencias de todos los días” (Vallejo Hermanos Editores, 1998); “Las siempre insólitas cartas del destino” (1999); y, “Sobre aves negras, cortes de media luna y lágrimas de sangre” (2003).

Para Di Pietro u otro crítico que desee analizar el problema del valor en la escritura novelesca de Marcallé Abreu, le faltarían las siguientes novelas: “Contrariedades y tribulaciones en la mezquina existencia del señor Manfredo Pemberton. Toda la rabia que llevas dentro. Toda la amargura. T. I de una trilogía. (MC Editorial, 2006. Premio Educarte 2006) y “No verán mis ojos esta horrible ciudad. T. II de la trilogía. (MC Editorial, 2009).

En cuanto a los dos libros de cuentos analizados por Di Pietro, el crítico encuentra el valor de las dos obras en la ruptura que opera Marcallé Abreu del mundo sentimental que heredaron los niños nacidos en los años 50-60 y la juventud que en los años 70-80 va a encontrarse con el realismo crudo del balaguerismo.

La escritura de Marcallé Abreu opera entre el mito de la infancia, feliz, sin lucha, y la juventud que entra de lleno en la sociedad moralmente destrozada donde priman los intereses, las traiciones, la doblez, la apariencia, aunque algunos protagonistas encarnan los valores universales que nataguean por salir a flote: la honestidad, la decencia, la firmeza de carácter y la solidaridad.

Al abordar la primera novela de Marcallé Abreu, “La soga”, Di Pietro encuentra el valor simbólico que será una constante en la escritura del autor.

La personificación de la patria en el personaje de Josefa, pero una patria salida de la revuelta de abril de 1965, vapuleada, violada por el protagonista Malapalabra, quien simboliza a las clases medias que, con Balaguer, han ascendido al poder: “En esta situación, puede haber un futuro mejor? Claro que no. De ahí, pues, la otra imagen de la patria, o sea, la imagen de una patria ‘in potencia’, con futuro.” (p. 132) Pero en seguida, el crítico se refiere al simbolismo encarnado por Josefa: “Atacada por Malapalabra, la muchacha que representa esa patria se queda casi desmayada en la cama y es como si estuviera muerta.” (Ibíd.)

En cuanto a “Cinco bailadores sobre la tumba caliente del Licenciado”, Di Pietro ve la postura moral a que le induce su método, pero que yo prefiero situar en la ética, pues la escritura se orienta a constituir a los personajes en sujetos críticos del sistema económico-social-político-cultural corrupto: “lo que ha este escritor le interesa es, en fin de cuentas, hacer una radiografía moral de su sociedad.” (p. 71) Hay varios protagonistas, pero el Licenciado y su relacionista público, simbolizan la violencia y el poder, la corrupción, el dinero fácil y sin esfuerzo, al igual que Octavio y Guillermo, quienes simbolizan la sociedad balaguerista y trujillista.

Pero Maritza simboliza “la sociedad futura” y Lucrecia y Helena, la del pasado. El debate simbolizado por los personajes no es el de los problemas económicos, políticos y sociales, sino el problema de la sociedad dominicana que se retuerce la cola entre la ética y la corrupción. Ahí reside el valor de esta obra, que trasciende el simple problema del bien y el mal.

Con respecto a “Espera de penumbras en el viejo bar”, Di Pietro señala que el trasfondo social de la obra despista al lector, pues de lo que se trata en esta novela es del sentido orientada al problema existencial de René, el protagonista.

Dice el crítico: “si nos preguntamos a qué se debe mucho del malestar de René, su protagonista central, fácilmente se lo podemos achacar a razones sociales”, pero “hacer un análisis puramente social sería, al final, una manera de atropellarla.” (p. 108) René vive, como empresario, una vida vacía, sin sentido, aburrida, y aparece Irene, portadora y simbolizadora de un nuevo tipo de amor, un amor existencial, sin ataduras ni compromisos, ni complicaciones, pero el protagonista lo que desea es una relación tradicional, casarse, tener hijos, fundar un hogar.

Por eso se reconcilia con Manuela, su esposa anterior. René simboliza al pequeño burgués pagado de su menuda felicidad, que es vida absurda, aburrimiento.

En cambio, a la cortedad de miras y al malestar de René los vencen las creencias de base que programaron su vida desde la infancia: “¿Qué más quiere? ¿Qué más pretende? Su fiel Manuela le prepara la cena y, como siempre, lo espera en la cama en posición horizontal. Trabajar, comer, beber y fornicar -¿qué más hay en la vida absurda y vacía de René?

En este tipo de existencia no existe lugar para alguien como Irene. No existe lugar para un ideal, los sueños, el misterio, la poesía –en suma, para una filosofía de vida que sea verdaderamente distinta a la que es común y corriente en nuestra aburridísima existencia” (p. 121)

Insisto, Di Pietro vio la cercanía de esta novela con las novelas existenciales de Lacay Polanco, las cuales abarcaron la era trujillista, pero el problema existencial de estas obras de Lacay, siempre nuevas, Marcallé lo plantea para una sociedad como lo fue la del balaguerismo, aunque también el problema ético de la equidad de los sujetos masculino y femenino se plantea hasta nuestra sociedad actual en tanto problema político, es decir, de poder, y donde los demás escritores y escritoras no incursionaron en el abismo insondable de la subjetividad  y de los estados de alma de los seres humanos dominicanos, obsesionados como estaban dichos intelectuales con la literatura de denuncia o de la lucha de clases.

La diferencia entre ética y moral radica en que esta última, en virtud de la dictadura de su binarismo que divide a los seres humanos en buenos y males, no tiene por finalidad política la constitución del individuo en sujeto único y contradictorio, abierto a lo múltiple. El individuo burgués teorizado por la Ilustración y creado por la Revolución francesa se queda en la unidad y jamás pasará a la categoría social de sujeto.

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