LETRAS
Más que Ernest Hemingway

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DIÓGENES VALDEZ
Ernest Hemingway fue un hombre que vivió intensamente y mucha de su literatura se alimentó de esa poderosa carga de acontecimientos en los que participó, unas veces como actor y en otras, como observador y cronista de los mismos

Para un escritor de raza como él, todo esto tenía una vital importancia. El narra, no sólo situaciones hipotéticas, sino que muchas de sus ficciones llevan impresas el sello de su propia existencia. El ha vivido su literatura, o está a punto de vivirlas. Ejemplos: la guerra civil española, la Segunda Guerra Mundial, la fiesta de la tauromaquia, la mágica aventura de los safaris, las excursiones alpinas, la pesca en altamar, la esplendorosa vida del París de segunda década del siglo XX. Todo lo cercano a este genio es susceptible  de convertirse en materia narrativa.

La vida de Hemingway estuvo llena de una grande y variada riqueza vivencial y todo eso lo dijo través de su literatura y, cuando pensó que poco o nada le quedaba por comunicar, decide entonces pegarse un tiro en el pecho. El fue su última presa y su último trofeo dentro de ese coto privado que fue su propia existencia.

En el otro platillo de la balanza, las circunstancias nos han obligado a colocar la figura de otro maestro de la imaginación: William Faulkner. A simple vista la existencia de este escritor podría parecer anodina, sin grandes aventuras dentro de ese mágico crisol que todavía es el enigmático sur norteamericano. Tampoco se advierte en este genuino creador, grandes relieves amorosos que pudiesen en algún momento hacer erupción; sin embargo, los volcanes de la pasión siempre estuvieron en ignición dentro de su pecho y fue ese calor interno el que alimentó su imaginación, que hizo erupción a través de la literatura y plasmó en magníficos relatos y novelas. La imaginación de Faulkner fue un torbellino y además de lo mucho que dijo con su escritura, tuvo la particularidad de que todo lo dijo bien.

La figura que nos ha obligado a colocar en los platillos de una hipotética balanza a las figuras de Ernest Hemingway y William Faulkner, es Carson McCullers, una escritora de garras que, como los dos anteriores, sabía utilizar muy bien sus herramientas. Ella sin embargo no pareció tener una vida tan pletórica como Hemingway ni una vida interior tan rica como se supone que vivió Faulkner. A pesar de todo, ella no vacila en admitir que “todo lo que sucede en (sus) relatos, (le) ha sucedido o (le)  sucederá”, con lo cual parece estar más cerca de Hemingway que de Faulkner, porque ella también sabía vivir el drama de sus personajes.

Sureña como Faulkner pero asentada en New York, donde moriría a una edad relativamente corta (apenas cincuenta años), con frecuencia la McCullers regresaba a ese sur revuelto y violento, “para renovar de tanto en tanto, su sentido del horror”. Muchas veces a ella se la comparó con figuras como Eudora Welty, Katherine Anne Porter y Flannery O`Connor, escritoras que tal vez la aventajaban en el arte de la narración breves, pero que en los proyectos de largo aliento se encontraban a una muy considerable distancia.

Carson McCullers siempre estuvo consciente de su propia importancia como escritora y a pesar de su minusvalidez, defendía sus creaciones literarias con una osadía brutal, denunciando a aquéllos que se atrevieran a raptar de su obra el más mínimo elemento. Una de esas víctimas de su enojo fue Truman Capote, a quien ayudaría en sus inicios y a quien nunca le perdonó, el éxito que obtuvo con su novela “A sangre fría”. De acuerdo con su propia confesión,  la literatura no era simplemente el modo de ganarse la vida, sino que con ella también “se ganaba el alma”. Esta era su forma de comunicarse con Dios y con los dioses superiores de la literatura, entre los que se encontraba Marcel Proust. Sin los aportes de este gran escritor francés, ella tal vez no habría podido llegar a ser una escritora. Tan segura estaba de sí misma y, tanta confianza tenía en su obra y en el trabajo que realizaba, que en una ocasión  llegó a expresar:

“Yo tengo más que decir que Hemingway y Dios sabe que lo he dicho mejor que Faulkner”.

En sintesis

Todo por Marcel Proust
Confesó, en cierta ocasión, que para ella la literatura no podía ser una forma ordinaria de ganarse el pan y disfrutar de los bienes materiales sino que con su trabajo  de escritora se proponía también “ganar el alma”.  Dijo usar las letras para establecer una comunicacion directa con el Señor, pero también con los dioses superiores de la literatura entre los cuales, a su juicio, se encontraba Marcel Proust.

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