I
Gravitamos en torno a un sol que no se ve, advierte Rafael Cadenas. La observación traduce la conciencia de la orfandad y de la intemperie de que arranca la obra del venezolano para de ahí adentrarse críticamente en una evolución creadora singular. En la obra de Cadenas está en juego la palabra, o sea el nacimiento: ¿cómo nacer en el verbo, cómo hacer nacer la palabra, qué ministerio así moral como sintáctico ha de cumplir el poeta para llegar a decir? En La máscara, la transparencia, Guillermo Sucre discierne en Cadenas esa pasión por el lenguaje, la experiencia alucinante del silencio así previo como ulterior a la palabra. El poder de la palabra poética de Rafael Cadenas (Barquisimeto, Venezuela, 1930) viene de esa lealtad espontánea y dolorosa al poema como talismán de la creación, como puente hacia el nacimiento y el conocimiento de sí mismo. Por estos motivos, la voz de Cadenas figura en el alfabeto presente y por venir de la lengua poética hispanoamericana.
II
De Memorial:
Entronizamiento (p. 137)
Un día los perseguidores no encontraron víctima, pues ella asumió todo, se plegó a sus acusaciones, aun a las más absurdas, hizo suyas sus demandas hasta quitarse, hasta casi no existir.
Ya no había nadie a quien torturar. Cansados de sus
crueldades, decidieron irse.
Vieron que su víctima formaba parte de ellos, o ellos de su víctima.
Ahora sólo vienen contadas veces.
[Gestiones, Caracas, Editorial Pomaire de Venezuela, con el patrocinio de la Fundación Banco Consolidado, 158 pp., Col. La Diosa.]
Obra ganadora del Premio Internacional de Poesía Pérez Bonalde 1992.
Retomo tarde el hilo (p. 9)
Retomo tarde el hilo
Fueron muchos los años de desconexión de ella, la antigua, la nunca adornada. ¿Por dónde deambulaba yo, suspendido? Pues nunca dejé de ser nervadura del asombro, de vivir en orillas, de extraviarme bebiendo un zumo oscuro, pero invadiendo los contrafuertes del día.
Transparencia que levanté de lo más acosado como pieza cobrada en la tormenta
Pero la palabra se escondía.
Por tender hacia donde no pesa y fundar allí morada.
Los años han corrido y no dejé de registrar caídas.
Entonces piel era sólo clausura. La magia no había sido destituida.
Ahora vuelves, amiga, y yo te recibo con presentes arrancados al verdugo que cela tu territorio.
De La quiebra del lenguaje (fragmento, p. 24)
[…]
Permítaseme una referencia personal dentro del ámbito lingüístico a que pertenezco. Me emociona pensar que las palabras que yo pronuncio son las mismas que pronunciaba, por ejemplo, Cervantes, o encontrar en sus obras las palabras de mi infancia oídas tantas veces en boca de mis abuelos o mis padres o compañeros de escuela o de juegos. El lenguaje está cargado de los bordes del tiempo.
Nos sumerge en el pretérito o nos trae a nuestro hoy. Resume formas de vida por todos sus poros y él mismo es forma. […]
La orestíada de Schaubühnne (pp. 440-441)
Antes de iniciarse la acción
El vigía no tiene prisa. Puede estar suspendido en ese lugar aguardando las nuevas interminablemente. Son otros los que se inquietan. Él sabe esperar. como está alerta, no siente el tiempo. Por eso ocupa ese sitio. Si nada ocurriera, él seguiría allí, tal cual.
Un coro singular
Lo forman ancianos de porte grave, vestidos a la moderna. Llevan un traje oscuro, sombrero y bastón, como cumple a quienes son agentes de la historia más sumergida. Se mueven entre el público, de pronto se detienen, golpean la tierra con el bastón y se lanzan unos a otros sus voces, las cuales entrecruzan formando un tejido gutural que se pega a la superficie de la noche.
Receso
Estuve al lado de las Erinias. Las vi descansar en una de las gradas del anfiteatro. Se habían despojado de su velo, sus negras serpientes, su látigo incesante. Tomaban refrescos y charlaban en medio de la tregua. Eran seis mujeres jóvenes que con sus rostros y sus cuerpos encantaron la noche.
De pronto volvieron a ser las terribles, las portadoras del espanto. Subían desde el fondo, ululando, vertiginosas, sin fatiga. Aullaban, chillaban, perseguían al trasgresor. En aquel momento desconocían lo que les asignaba el destino: ser domadas por Atenea, la diosa civil.
Rubens (p. 433)
El lazo conyugal
puede ser frenesí de la sangre.
El pintor de las gracias de Helena
Fourment
más allá de la vida
por revelarle
este júbilo.
Ella, la iniciadora, aparece
en los cuadros
como la vieron los ojos saciados
de la atención.
Si miramos bien
veremos el retrato de su primera esposa
castigado por una sequedad;
pero el de Helena, en cambio,
irrumpe como un deseo
desde la tela.
Santifiquemos este lecho
donde la vena pagana encontró carne
reverente.
Entre amigos (p. 435)
En el silencio que se hace
de pronto
cuando conversamos,
a veces pasa un ángel,
a veces pasa un dios
y a veces pasa
el tirano,
el dueño de la casa,
el señor de adentro.
No deja de acechar
nuestra morada.
Un día
se apoderará de la puerta
y será el único visitante.
No permitirá entrar ni salir.
Se instalará con las llaves
donde no lo podamos ver.
III
Si dar un sentido más puro a las palabras de la tribu representa el sentido de la vocación poética, una obra lírica y crítica como la de Rafael Cadenas atestigua que ese proceso de purificación, destilación y catarsis se encuentra en pleno vigor en el ámbito de la cultura hispanoamericana. Con afinidades indudables con la obra de Walt Whitman y la de San Juan de la Cruz a quienes ha comentado y que lo trabajan desde dentro, la poesía austera de Rafael Cadenas una de las más altas y arriesgadas de la poesía hispanoamericana contemporánea toca con su palabra y su silencio varias músicas: la lírica, la conceptual, la tácita mística. Cadenas como diría María Zambrano no necesita protección: a su palabra la ampara su pensamiento, pero éste se alimenta de una experiencia acrisolada en el decir. Ensimismada y medicinal, ascética y ardientemente aérea, la poesía de Rafael Cadenas dibuja el camino de una liberación interior que es acto propiciatorio de una sintaxis comunitaria. Verbo a la intemperie, palabra expresamente expuesta, la poesía de Cadenas ejerce un saber decir que es a la par saber callar: casi un saber des-decir, casi un arte de ese balbuceo que le es dable al poeta. Un saber del silencio que denota como en José Ángel Valente o en Blanca Varela una vivificante filiación ética. Desde el conocimiento del silencio, Cadenas introduce una disonancia radical en el concierto poético y político hispanoamericano: es la del conocimiento espiritual, la del conocimiento de ese misterioso yunque llamado lo Real. Lo que está en juego es precisamente, para volver a evocar a María Zambrano, un saber del alma, una neumática voluntad. Querer del aire y del fuego, el decir despojado de Cadenas nos sitúa en el ahora del saber, en ese presente intemporal que es el indicativo de la conciencia.