Letrinas y tullidos

Letrinas y tullidos

Fidel Castro. Archivo.

Vivimos hoy en un mundo condicionado por los eufemismos; las frases “diplomáticas” y los “slogans” publicitarios se imponen en todas partes. Nos invaden el cerebro por el poder persuasorio de la repetición. Los medios de comunicación son fuentes continuas de nuestros prejuicios e inhibiciones. A los ciegos hay que llamarles “invidentes”; decir que un hombre es ciego se considera una expresión próxima a la ofensa. Tampoco está bien que llamemos “inválido” o “lisiado” a un hombre con las piernas inutilizadas, sea por accidente o por enfermedad. Lo correcto es decir que se trata de un “discapacitado”. La palabra “tullido” tal vez desaparezca del diccionario.

Esta situación abarca también los “asuntos de género”. Debemos referirnos siempre a “ellos y ellas”, a mujeres y hombres. Omitir estos cuidados verbales podría parecer una “exclusión” o un acto “machista”; en el mejor de los casos, una falta de respeto y de buenos modales. Y lo mismo ocurre en el campo de los problemas sociales y políticos. Existen numerosas oraciones que se proscriben por no ser “políticamente correctas”. Eso de “países pobres” no es adecuado; lo mejor es decir “países en vías de desarrollo”. Nada tiene de censurable que utilicemos un lenguaje “amable” con discapacitados, invidentes, u otras personas que sufran alguna forma de “disminución” de sus facultades.

Pero estas “inhibiciones lingüísticas” a veces nos impiden pensar con claridad. Si usted se atreviera a decir que Fidel Castro ha gobernado en Cuba durante más tiempo que un Habsburgo en Austria, sería enseguida “mal mirado”; le dirían que en esa isla “el comandante” es admirado por todos; es una “dictadura con apoyo popular”. Afortunadamente, las palabras experimentan ascensos y descensos, degradaciones y revaluaciones. La palabra letrina, al hacerse maloliente, fue sustituida por la palabra inodoro; ya este vocablo huele tan mal como aquel que sustituyó.

Llegará el día en que discapacitado sonará tan mal como lisiado; que invidente será una mala palabra menor o un dicho peyorativo. Las realidades –sociales, políticas, sentimentales– emergen de las palabras que las envuelven con toda su fuerza original. Los mancos, tullidos y ciegos, recuperan los “títulos” que tuvieron en el Antiguo Testamento; letrinas e inodoros –a pesar de sus respectivos nombres– terminan siendo igualmente apestosos.

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