Ley y sororidad

Ley y sororidad

Al embajador le encantó el hallazgo. Descubrió la revista orgullo de la Escuela, cuidada con esmero por su fundador y por sucesivos Directores, encargados de mantener la calidad. La impronta del inolvidable Bernardo Fernández Pichardo ahí plasmada, la dedicación de Bergés Chupani, también. Los egresados con mejores calificaciones, integrados de inmediato a la docencia, se disputaban las páginas de Cuadernos Jurídicos, la publicación de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la UNPHU.
Olivo Rodríguez Huertas, antes de partir rumbo a Madrid, para desempeñar sus funciones diplomáticas en la Embajada Dominicana en España, encontró el Número 56 de la revista- 1981-, con un artículo de mi autoría: La Situación Jurídica de la Mujer. Momento de entusiasmo, la promulgación de la ley 855- 1978, marcaba un antes y un después relativo. Estaba en marcha el camino de las reformas. Entonces existía la “sororidad”, término en boga hoy día, que, como dice la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, su creadora, significa más que solidaridad “es confianza, fidelidad, apoyo y reconocimiento entre mujeres para construir un mundo diferente.” Abogadas jóvenes y no tan jóvenes, de origen social y político diferente, descubrían el patriarcado en la ley y la propuesta fue la transformación. Sororidad inexistente ahora y por eso el agravio contra mujeres públicas no conmueve y no existe una voz que supere los mandatos de la urgencia y se atreva a denunciar el abuso. Indiferencia similar cuando la dirigencia de un partido de mujeres, adentro de otro partido, impidió a una candidata el triunfo.
Época de la equiparación de Mujeres y Menores en el Código de Trabajo y de aquel proyecto que mencionaba los derechos de la “madre trabajadora” elaborado por Picky Lora Iglesias, Margarita Tavares, Martha Olga García. Fue el estreno de la patria potestad compartida, de los derechos de la mujer casada. Faltaba mucho. Todavía las uniones consensuales estaban proscritas, existían los “hijos naturales” y las perversas disposiciones del Código Penal estaban intactas. El trabajo publicado menciona y denuncia los desaciertos que atentaban contra la integridad de la mujer, como aquel artículo 355 que reivindicaba la virginidad y permitía la eliminación de la infracción si el seductor o estuprador, se casaba con la menor sustraída de la casa paterna. Y, naturalmente, la sempiterna la propuesta para la despenalización del aborto.
36 años después, es innegable el cambio, empero, preocupa la existencia y persistencia de la exclusión, el desprecio y violencia contra las mujeres. La rebatiña que cercena la participación política igualitaria. Inconcebible, a pesar de estadísticas satisfactorias en la región que avalan los espacios ganados en el sector público y lo auspicioso del hecho. En un reporte de ONU-MUJERES se destaca, sin ignorar las sombras, que América Latina y El Caribe “cuentan con el mayor porcentaje de mujeres ministras, con un 22% frente al 16.7% a nivel mundial-exceptuando países nórdicos-. También superamos el ranking mundial de parlamentarias en 4 puntos y hasta el 2015-reza el informe- 5 mujeres presidían gobiernos en la región.
Las poses y simulaciones, el requisito de agendas, pretende desconocer conquistas que resumen luchas. Esa transformación resultado del trabajo que olvidó malquerencias, en procura del objetivo. Existe un relevo disperso que desconoce el antes. Aspira nombradía omitiendo aportes. Relevo egocéntrico que repite una cartilla cansina. La Constitución de la República consigna la igualdad y la equidad. Un reciente encuentro, auspiciado por la Escuela Nacional de Formación Electoral y del Estado Civil- la Escuela de la JCE, permitió comprobar, una vez más, que el sistema de partidos no asume los derechos de las compañeras. Es el ciclo de la paridad y aun se arrebatan puestos ganados, con historial y votos. Después de la exposición de Francisco Lapouble Segura, Miosotis Rivas Peña, Carolina Santana Sabagh y Faride Raful Soriano, el intercambio entre dirigentes y funcionarias, de distinta procedencia partidaria, ratificó las dificultades que pautan el quehacer político de las dominicanas. Para conjurar la práctica ilegal es necesaria la sororidad. El triunfalismo individual engaña.

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