Leyendo a Bonaparte Gautreaux evoqué una leyenda poético-marinera

Leyendo a Bonaparte Gautreaux evoqué una leyenda poético-marinera

Ello fue que Bonaparte Gautreaux, un escritor que reboza talento, el sábado 27 de junio, en su artículo “Preocupación”, nos dijo que: “Si el barco hace agua “hay que calafatearlo”, si se rompe el palo mayor, se usa un mástil. Y si las velas se rasgan, entonces “los remos y un timón ayudarán a evitar el naufragio”.

Lo afirmado por mí en el título es cierto. El aludido artículo me hizo recordar el año 1945, cuando me encantaba recitar “El Duelo”. De eso, todavía, puedo memorizar esto: “Un cielo crepuscular, un aire, que raudo juega y un gran barco que navega imponente en alta mar. ¡Escuchad con atención, que están diciendo algo grave, los mejores que en la nave forman la tripulación! “El duelo! grita violento un joven. Es una ley que al pechero con el rey iguala en cualquier momento.

Es la prueba del valor, la justa de la lealtad, crisol de la dignidad y el espejo del honor”. ¿Qué opinais? Pregunta ufano el capitán, a un discreto viajero, todo respeto. De barba y cabello cano. “Pues yo, sin ningún alarde, del duelo soy enemigo”.

Y añade el joven. “¡Amigo, porque usted será un cobarde! “El viejo sin reparar en tanta ofensa”. ¡Imprudente! dijo respecto al valiente. “Capitán voyme a explicar. Haciendo en la historia, acopio de duelos, he deducido que más que el honor herido, los resuelve el amor propio. Y por deber o capricho, los que a batirse obligan, temen más a lo que digan Capitán, que a lo que han dicho”.

“Pero hay en la vida, escenas tan graves, tan imponentes, que a los hombres más valientes, hielan la sangre en las venas. Y el que sereno camina y les da salida pronta y las sufre y las afronta, sin que su arrojo asombre. Hace más que frente a un hombre cambiando activo una bala”.

Brava razón, buen hablar! Añadió el joven mohino. Y siguieron su camino, navegando en la mar revuelto. Y al barco en marcha violenta, lo sorprende una tormenta en la noche más sombría. No da tiempo abandonar la cubierta, a los que estaban en ella. Y que no esperaban esa asechanza del mar.

El joven y compañera, bañados rostros y ropa, se refugian en la popa con una niña hechicera. ¿Vira el barco, pierde el tino. La niña resbala, cae, rueda, el abismo la atrae y le abre la mar camino! Comienza la madre a gritar, cual loca desesperaba.

Y el joven no puede nada, porque no sabe nadar. De pronto salta liviano sobre las olas, un hombre que estaba a solas en la borda. Era el anciano, que lanzando un grito fiero, que retumbó en la extensión, dijo: “Echad sin dilación una balsa, marineros!”. Y rompiendo el sendal de brumas, que la noche tendió espesa, logró al fin hacer su presa entre montañas de espuma. Y cuando al barco volvió con la niña entre sus brazos, el joven enternecido, se arrodilla ante el anciano. Y le pide agradecido, conscienta bese su mano. ¿Qué queréis que yo os exija, dijo el viejo. “Ganó el cielo, el mar me propuso un duelo, tuve el duelo que aceptar y ya lo veis, he vencido. Por vuestra hija me he batido arrancándosela al mar. Sigamos en paz los dos. Que yo tan sólo acepto un duelo, teniendo como testigo el cielo y como padrino a Dios”. Y en verdad, siempre hay que tener gran “preocupación”. Porque  el barco puede naufragar, si el capitán no sabe, que cuando por la popa arrecia el viento. Sin torcer el timón recto camina. Si es por la proa gana el barlovento. Y si es por el babor: Entonces Marcha en Bolina.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas