Muchas normas y leyes son perversas, pues solo algunos pueden cumplirlas
Siendo un viejo amigo el director general de Impuestos, me preguntó mientras tomábamos café: “¿Ya tu empresa se acogió a la amnistía fiscal?”, a lo cual, con cierto orgullo y sorna le respondí: “No veo la razón, pues nosotros no tenemos ningún asunto pendiente con el pago de impuestos.
Esa amnistía, agregué, es para que los evasores se pongan al día”. A lo cual mi amigo me aconsejó: “Yo te recomiendo que lo hagas. La empresa que tú diriges tiene adversarios; pero, además, cualquier inspector puede sacar una norma o encontrar un periquito y hacerlos pasar un mal rato”. Me quedé con la boca cerrada, e hice lo que mi amigo el director me recomendó.
Gran parte de las empresas del país están compelidas a procurar concesiones y gracias de la DGII, debido a que de acuerdo a la ley, tienen proveedores informales, y su personal suele realizar gastos en dormitorios, fritangas y ventorros informales; esos gastos sin comprobantes, no pueden ser deducidos de la declaración de gastos para fines impositivos, sino que al contrario, la ley obliga a reportarlos como ingresos (no reconocidos como gastos), y pagar impuestos sobre estas falsas ganancias.
Natural es preguntarse cómo hacen las empresas formales cuando compran en negocios informales que no expenden comprobante o recibo.
El caso puede ser patético para empresas con socios extranjeros que tengan que acogerse a la amnistía, pedir favores, exoneraciones y concesiones como cualquier hijo de vecino sorprendido en falta.
Conozco personas que han pasado la vergüenza atravesando vericuetos legales, y dando explicaciones ante personas y funcionarios que pudieron dudar de su honestidad.
Suelen ser esos casos los que obligan a gente honesta y trabajadora a acercarse a personas incorrectas, a agentes tributarios inescrupulosos, a procurar protección o favores de políticos corruptos que interfieran ante funcionarios para que los absuelvan o les aminoren las penalidades; comprometiéndolos con el mundo de la ilegalidad y la corrupción.
Desde luego, nadie está obligado a pecar. Si usted no puede ser parte del sector empresarial formal, pues quédese en su casa jugando la lotería o viviendo de sus primos en Nueva York.
La culpa principal sería nuestro analfabetismo funcional, nuestro desconocimiento de los mecanismos de la ley; pero también porque nos son más familiares las relaciones primarias e informales con los políticos y el tigueraje.
Pero muy probablemente, por esta u otra causa similar, los empresarios del sector moderno también tienen que acudir a las relaciones informales, a amistades en las altas esferas para mantenerse siendo miembros honorables del sector formal.
Muchas normas y leyes son perversas en el sentido de que mayormente las pueden cumplir, acaso, empresarios y ciudadanos “modernizados”. Pero, desde luego, la perversidad no está solamente asociada a la dificultad de cumplir procedimientos y normas complicadas.
También hay mucha ignorancia y perversidad entre nosotros. Debemos mantenernos expectantes y esperanzados, en que la próxima reforma fiscal allane en camino de todos los contribuyentes, y nos ayude a ser mejores empresarios y ciudadanos.
Más recientemente, hemos tenido que pedi.r