Las águilas son grandes aves que poseen poderosas garras para capturar a sus víctimas, así como una gran visión que les permite descubrir y seguir a sus presas a gran distancia. Poseen un pico largo, fuerte y agudo para desgarrar la carne de los animales atrapados. Estas poderosas aves tienen largas alas con las que consiguen tener un vuelo majestuoso, a tal modo que son capaces de volar más allá de las nubes y colocarse por encima de las tormentas.
El águila ha sido tomada históricamente como símbolo de belleza, poder, coraje y prestigio. Potencias antiguas y contemporáneas han incluido en sus emblemas la figura del águila como representación de su poderío y esplendor.
Todas estas características excelsas del águila, al igual que todo en la vida, decaen con el paso del tiempo, porque todos pasamos en el tiempo. Sin embargo, esta ave imperial al verse con sus plumas envejecidas, sus alas debilitadas, su otrora poderoso pico, sin fuerzas, sus garras desgastadas y la agudeza de su mirada siendo parte del pasado, emprende el más importante de todos sus viajes y vuela hacia una alta montaña, donde se aísla en una cueva y comienza un proceso, aunque doloroso, necesario, para renovarse.
Una vez en su intimidad, sola con su pasado y su presente, el águila comienza a golpearse contra las paredes de la cueva hasta desprender de su cuerpo todas las plumas viejas. Con dolor insoportable golpea las rocas de la cueva con su pico, hasta verlo caer en el charco de sangre que fluye de su cuerpo. Toma sus garras y rasga el suelo rocoso de su transitoria guarida hasta verlas desprendidas de sus dedos.
Para un dominicano alcanzar la presidencia de la República en tres ocasiones debe reunir algunas características similares a las exhibidas por el águila, a decir, vista aguda, garras fuertes, pico efectivo y humildad para reconocer el tiempo de ir a la cueva a renovarse. Leonel Fernández ha exhibido las tres primeras características en su vida política, ahora llegó el momento de ir a la cueva de la renovación.