Lian Fanjul de Azqueta,
su gran riqueza es su necesidad de dar

Lian Fanjul de Azqueta, <BR>su gran riqueza es su necesidad de dar

POR MARIBEL LAZALA
Con su eterna sonrisa y su frágil figura, Lyan Fanjul derrocha luz a su paso.  Con una suave y carismática personalidad, sabe transmitir con extrema dulzura su generosidad a todos aquellos que lo necesitan. Dotada de la virtud de la sencillez y poseedora de una gran fe, ha podido levantar una obra majestuosa rescatando de la pobreza, de la ignorancia y de los vicios, a cientos de niños y mujeres que han encontrado un nuevo sendero de esperanza. 

Su Movimiento Internacional de Rescate conocido como Fundación MIR, no es una simple obra filantrópica de ayuda a los necesitados.  Es su vida misma.  Y a ella se ha entregado con absoluta devoción junto a su familia, generando una corriente de entusiasmo que ha permitido que crezca y se expanda como lluvia fresca en las áridas vidas de niños, adolescentes y mujeres descarriados.

El Complejo Micaeliano, la Casa de Paz, la Escuela Técnico Vocacional María Auxiliadora y el Campo Nueva Esperanza, son las palpables realidades de una mujer con un inmenso corazón, que ha entendido que toda la riqueza que posee no significa nada si en su corazón no alberga a Dios, y cuya inmensa fe hace que su vida sea un auténtico testimonio  del mandato del Señor que reza:

“Amaos los unos a los otros como yo los he amado”.

Como única mujer en una familia de cinco hermanos, tuvo el privilegio de disfrutar de los mimos y el exceso de cariño y protección de toda su familia.  En aquella casona familiar donde junto a sus abuelos, padres y hermanos disfrutó de una infancia y adolescencia feliz, fue sembrando en su espíritu el amor por la naturaleza, por los demás, por la vida misma y por supuesto por Dios, cuya devoción era parte de una herencia familiar que reflejaba sus fuertes raíces religiosas. 

Sus recuerdos infantiles tienen olor a melaza, a pasto recién cortado, a naturaleza exuberante, en aquella campiña donde las inmensas plantaciones de caña de azúcar de su familia formaban parte de una tradición familiar que se inició en el siglo XIX en su tierra natal, Cuba.  Sus padres, Alfonso Fanjul y Lillian Gómez Mena de Fanjul, fueron los principales propietarios de Flo-Sun, una empresa que opera varias compañías relacionadas con la industria azucarera.  Una floreciente industria que en manos de la familia Fanjul Gómez Mena se había convertido en una pujante fuente de ingresos. 

Esta imagen perfecta de la felicidad familiar en la tierra que los vio nacer, fue puerta abierta para la nostalgia y Lian no tuvo reparos en contarme parte de sus recuerdos.

“Yo era como la princesa de la familia para mis padres, mis abuelos y mis hermanos, porque era la única hembra. Pero mi padre siempre me recalcaba que todos debíamos querernos y mantenernos siempre unidos. Mis padres eran muy religiosos.  Mi padre era un ejemplo tremendo para mi.  Recuerdo a mí abuela paterna siempre haciendo canastillas en una máquina de coser, haciendo colchitas y llevándoselas a los pobres.  Mi madre trabajaba con los padres Salesianos y tanto ella como mi padre, me enseñaron que todos somos iguales, que todos tenemos que querernos, desde el que te limpia los zapatos hasta el más grande. Para mí, fueron tremendas lecciones que hoy son la base de mi vida.”

Pero el destino les tenía reservada la ruptura de este paraíso y la terrible prueba del exilio.

Fue allí, en la gran tierra americana que los acogió, que establecieron su hogar.  Fue desde allí que empezaron con ahínco y fe a levantar de nuevo su fortuna, con tan gran éxito, que se convirtieron en una de las familias más poderosas de los Estados Unidos.

Un poco de historia…

La familia Fanjul Gómez Mena controlaba una gran parte de la industria azucarera en Cuba hasta la llegada de Castro en 1959.  Sus descendientes, Alfonso “Alfy”, José  “Pepe”, Lian, Alexander y Andrés, son los seguidores de esta tradición y herederos de este patrimonio encabezado por sus padres, gestado durante cinco generaciones y comenzado en Cuba desde hace más de un siglo. Con el esfuerzo de sus descendientes tuvo un impacto importante en tres distintos países:  Estados Unidos, Venezuela y República Dominicana.

La familia Fanjul y sus  miembros, como la mayoría de los cubanos exiliados, se convierten en residentes americanos y con esfuerzo y recursos familiares, comenzaron a trabajar arduamente en la reconstrucción de una nueva empresa en 1960, con una operación modesta que al comienzo incluyó la compra de 4,000 acres cerca del Lago Okkechobee y parte de tres pequeños ingenios azucareros en Luisiana, donde se embarcaba por barcaza el azúcar hacia la Florida.  Hoy por hoy, los hermanos Fanjul son unos de los hombres más influyentes de la Florida, con una operación que incluye Central Romana, en La Romana, Domino Sugar, con refinerías en Nueva York, Baltimore y Luisiana.  También en la Florida incluye Okeelanta Corporation, Osceola Farms Co., Atlantic Sugar Association, New Hope Sugar Company, Closter Farms Inc., al igual que centrales, refinerías, empacadoras que producen y distribuyen su propia marca, Florida Crystals, una marca que es reconocida por su calidad y su textura.

En nuestro país, las ricas tierras del Este fueron el lugar escogido para ampliar su pujante empresa azucarera, y es quizás buscando el sabor  y el olor de su lar natal, que convierten La Romana en su segundo hogar.

Es justo aquí, en estas tierras, que Lian Fanjul de Azqueta encuentra el propósito de su vida, el canal de su entrega y su gozo espiritual.

Poseedora de una gran fe que traspasa sus emociones para convertirse en una proyección que te envuelve, que se expresa con sus ojos, con su sonrisa y con todo su cuerpo, estaría demás preguntarle qué lugar ocupa Dios en su vida, pero lo hago.  Y ella, con extrema dulzura me responde:

“A veces me pregunto cómo es  que en el mundo en que vivo, que es un mundo tan materialista, tanto aquí como en Palm Beach, que yo en mi corazón tengo tantas ganas de amar y de hacer el bien y de vivir una vida a lo mejor sencilla, pero dando amor y ternura, porque a veces las personas que parecen que menos nos necesitan son las que más nos necesitan, y creo que Dios me ha puesto en este sitio por muchas razones, y yo tengo que seguir adelante, con amor, donde quiera que esté, en una fiesta, o en cualquier lugar, siempre hay alguien que necesita ese tiempito tuyo personal, que tú le digas: Dios está aquí, en mi corazón.”

Resulta obvio que así es, y ella lo demuestra con la acción, desde la más sencilla como regalar una sonrisa o prodigar una caricia, hasta las más grandes como hacer realidad proyectos tan importantes como la Casa de Paz, el Complejo Micaeliano, la Escuela Técnico Vocacional María Auxiliadora, y el Campo Nueva Esperanza. Todos ellos conforman los esfuerzos de la Fundación Mir, una institución de carácter social creada con la finalidad de dar respuesta a los graves problemas de marginalidad y pobreza de mujeres, jóvenes y niños de La Romana y de toda la región.

¿Cómo defines la caridad?

“Para mi, la caridad es de verdad trabajar día a día, con todo el corazón.  Es ver cómo funcionan los proyectos, ver qué necesitan, qué se puede hacer.  Caridad es dar de ti al máximo.  Pero también le doy gracias a Dios que puso a Bren Simon en nuestro camino, que es la persona más generosa que he conocido..  Nada de esto, sin la ayuda de Dios, sin la ayuda de mis hermanos y el Central Romana, que nos han donado estas tierras, y la generosidad de Bren Simon, nada hubiera sido posible, porque ella, no sólo hace el cheque sino que pone todo su corazón en venir aquí a hablar con cada niño.  Y yo pienso que eso es la caridad, personas auténticamente generosas, de buen corazón.”

– ¿Cuándo nace en ti la necesidad de ayudar a los demás?

“En el año 1988 tuve una experiencia muy importante en mi vida. Sentí como si Dios me tuviera tanto amor, que me quería tanto, que por primera vez sentí que a través de mi corazón Dios me enseñaba todo lo que me había dado en la vida y me di cuenta que yo tenía que cambiar mi vida en ese momento, dando mi amor y haciendo algo por los demás.”

– ¿Cómo encuentras el camino de tu obra filantrópica aquí en La Romana?

“Lo que yo tenía pensado que quería hacer sucedía, porque yo tenía un plan pero Dios tenía otro plan.  Lo primero que yo quería hacer era con los niños porque me encantan y los amo mucho, así que empecé empacando comida para llevar a los pobres.  Eso lo hacía en el garaje de mi madre en la Florida.  Pero al mismo tiempo, como yo venía para acá, empecé a ver qué era lo que en verdad yo quería hacer y Dios me puso delante a las niñas que trabajan en prostitución, las llamadas “damas de la noche”, una labor de rescate que estaban haciendo con mínimos recursos las Hermanas Adoratrices. Empecé a ayudarlas y me enfrenté a la cruda verdad sobre lo que era el SIDA, que nadie quería hablar de ese tema. Así que eran dos temas muy difíciles que a la gente no les gustaba mucho y hasta se reían de mí. Pero yo me involucré seriamente y así nació el Complejo Micaeliano.  Luego, un problema traía el otro, así que empezó a crecer.”

El Complejo Micaeliano les permite a las mujeres que ejercen la prostitución la oportunidad de encontrar refugio y amor junto a sus hijos, y la oportunidad de recuperar su dignidad y estima perdida.  Allí se preparan como entes útiles a sí mismas, a su familia y a la sociedad, mediante la reeducación y entrenamiento en diversos oficios, convirtiéndolas en importantes protagonistas de su desarrollo y en entes testimoniales que ayudan a la prevención de otras jóvenes.  Esta obra está dirigida por las Hermanas Adoratrices, Esclavas del Santísimo Sacramento, que es una congregación de carácter religioso y quienes en el año 1988 crearon La Casa de Paz y Complejo Micaeliano auspiciado por el Central Romana Corporation, donde se ayuda a las personas severamente empobrecidas, dándoles asistencia médica y apoyo espiritual a enfermos terminales infectados por el virus del SIDA, y albergue a las trabajadoras sexuales y sus hijos.

Pienso entonces que a pesar de la mucha pobreza que existe en el mundo, hay también mucha riqueza, y en manos de personas generosas es posible soñar con un mundo donde exista más justicia social.  Lian Fanjul es un testimonio de ello.  Le pregunto entonces

– ¿Cómo entiendes tú que los poderosos deben ayudar a combatir la pobreza que está a su alrededor?

Ella, sin pensarlo mucho, me responde:  “Hay una frase de la Madre Teresa de Calcuta, que nunca olvido.  Me la dijo en  una ocasión en que  viajábamos en el avión de un amigo camino de Nueva York a California, y era un avión muy grande y el señor que estaba ahí le pregunta a la Madre Teresa ¿qué siente usted sentada en este avión?, y ella le contestó: “los ricos están aquí para santificar a los pobre y los pobres están aquí para santificar a los ricos”.  Y así es como yo lo veo: que nosotros estamos aquí para santificarnos los unos a los otros.”

A su lado, con una notoria admiración se encuentra su hija Lyanne, quien resulta evidente que se encuentra muy involucrada con todos los detalles de esta obra. Al efecto le pregunto,

– ¿Está tu familia involucrada en tus proyectos?

“Sí.  Están todos, mi esposo principalmente, que en todo me respalda, mis hermanos, mis cuñadas, mis hijos, quienes también han entendido el tiempo que yo le dedico a esta obra. Y ahora mi hija, quien después de llevar tres años viviendo fuera, ahora tengo el gran milagro de poder trabajar mano a mano en dos cosas que ella y yo tenemos en nuestro corazón, y parece que es el regalo maravilloso que nos da Dios de que estemos juntas y que ella haya decidido ocuparse de esta obra, ya que ella está bien preparada para ello y lo hace con tanto amor  que para mí ha sido una bendición de Dios.”

El Campo Nueva Esperanza es como su nombre lo dice, una nueva esperanza para los niños que allí habitan.  El mismo fue fundado por Elvira Petrozzi en el año 1998, siendo éste el primero en Latinoamérica y el 28 en el mundo. Supervisado por misioneros de diferentes países, el objetivo del mismo es albergar niños de sexo masculino que vivan en condiciones especialmente difíciles (huérfanos, de la calle, de familias muy pobres, etc.) brindándoles amor y esperanza.  Tres grandes pabellones se elevan sobre  un cuidado césped que ofrece una visión de paz, y un cuarto pabellón, que albergará a los más grandes, ya está en su fase final.  Aquí, además de la educación elemental y espiritual, formación y sustento, el trabajo es parte importante para el desarrollo de estos niños, ya que de esa forma aprenden a amar el trabajo, desenvolviéndose en tareas como la agricultura, albañilería, carpintería, artesanía, etc. Pero, el sitio más concurrido es la capilla: pequeña, luminosa y cálida.  Allí las voces de los niños cantando al ritmo de la guitarra, parece un coro de ángeles alabando al Señor por sus maravillas.  Como las maravillas de personas que voluntariamente han dejado hogar, país y familias, para dedicarse a esta obra.  Estos misioneros se entregan con verdadera vocación a la salvación emocional y física de estos niños, que ya tienen un posible mañana.  Pero también tienen un presente de cariño, de fe, de estudio y de alegrías. Mirando alrededor, una obra que crece en hermosas realidades, no puedo menos que recordar la frase que dice:

“Obras son amores y no buenas razones”

Quiero entonces transitar por la esencia del amor de esta mujer que pudiendo genuinamente disfrutar de una cómoda vida, se preocupa por las pequeñas cosas de los demás, haciéndola verdaderamente grande ante Dios.

– ¿Cómo te autodefines?

“Soy muy vergonzosa y la verdad es que estas cosas me dan muchísimo trabajo, pero con la ayuda de Dios todo es posible y el Padre Emiliano Tardif me enseñó a salir mucho de mí. Yo pienso que soy sensible y que aunque no tengo mucha preparación porque me casé muy joven y no acabé el colegio ni nada, pienso que soy como Dios me hizo y trato de ser así.  Sé que tengo que cambiar muchas cosas porque soy demasiado espontánea y lo quiero todo rápido, pero la vida te enseña que nada es como tú quieres.”

– ¿Qué cosas te hacen feliz?

“A mí me encanta el mar, estar en una playa, estar con mis hijos.  Me hace feliz estar rodeada de toda mi familia. ¡Me encanta estar con mi familia! Me gusta hacer amigos porque me gusta la gente.  Pero lo que más me gusta es cuando de verdad me siento en la presencia de Dios, tener ese amor, tener esa paz, esa tranquilidad.”

– ¿Cuál ha sido tu momento más difícil?

“Lo más difícil fue dejar Cuba.  Cuando pienso que me iba en el barco y miraba hacia atrás sin imaginarme que serían tantos años, me daba una gran tristeza.  Pero me he dado cuenta que el país no es lo más importante.  Lo importante es si tú tienes a Dios, a tu familia y a tus amigos.”

– ¿Qué piensas de los cubanos que se han quedado en Cuba?

“Me da mucha pena, pero sé que hay muchos cubanos saliendo últimamente y me llama mucho la atención cuando no son comunistas, habiendo sido adoctrinados en los colegios. Yo trato de no meterme mucho en la política porque tengo un hermano demócrata y otro republicano, pero sí me da pena que un país como Cuba, que lo tenía todo, esté en esas condiciones, y lo más difícil es que hay cubanos regados por todo el mundo y es muy triste la separación de tu familia, no tener país.”

– ¿Qué cosas recuerdas de tu familia en Cuba?

“Mis padres y  mis abuelos siempre me enseñaron que la mano tiene cinco dedos y juntos hacen un puño, queriéndome decir con esto que yo tenía que ocuparme de que eso siempre fuera así, todos unidos, todos queriéndonos y ahora la gran responsabilidad que siento es de tratar de llenar ese vacío de mi mamá, para que en todas las fiestas y ocasiones estemos juntos, en familia.”

– ¿Cómo te sientes frente al dolor de los demás?

“Me pongo triste de pensar en las cosas horribles que les pasan a los niños.  Pero, la Madre Teresa siempre decía que no mirara lo que había en el otro lado de la calle, sino mirar lo que tenemos enfrente y eso lo haces con todo el amor, porque las cosas pequeñas, con amor se hacen grandes, y si te pones a ver todo lo que está pasando en el mundo, entonces no vas a hacer nada.  Así que hay que orar y ver siempre algo nuevo.  Hay que ser optimistas y pensar que Dios está ahí para nosotros y lo más pequeño que hagas puede cambiar la vida de alguien.”

– ¿Qué cosas te molestan?

“Muchas cosas, y lo peor es que siempre digo lo que pienso.  La verdad es que trato de no tener mal genio, pero supongo que lo tengo.  Soy muy espontánea y creo que ese es mi peor defecto.”

– ¿Cuál es la cualidad que más te identifica?

“No me veo con ninguna.”

– ¿Cuál dirías tú que es el mal más grave de la sociedad en que vivimos?

“La droga.  Yo creo que la droga es una cosa horrible y hoy día la fabrican ellos mismos en una bañadera, le cambian un químico por otro y a mi me parece tan horrible ver una generación que se está destruyendo en todas partes del mundo.  Yo creo que es la falta de Dios  y la falta de hogar,  porque antes, cuando uno llegaba a la casa siempre había alguien esperándolo y ahora la humanidad está muy sola.”

– ¿Cómo se responde como cristiano a un mundo de violencia?

“Yo creo que la única  manera es rezar todos los días por protección de Dios.  Desde que te levantas hasta que te acuestas.  Si tuviéramos a Dios en nuestros corazones y en nuestras vidas, no habría tanta violencia.  La falta de Dios trae el materialismo y éste se vuelve el dios de la gente, y entonces nace la violencia.”

– ¿Cómo definirías una sociedad ideal?

“No existe.  Sólo en el cielo.”

– En una sociedad como esta, ¿cómo deben educarse los hijos?

“Es muy difícil, pero pienso que con el ejemplo. Mis padres me dieron un ejemplo maravilloso, yo tuve un hogar buenísimo y eso es lo más importante, el ejemplo.”

– ¿Qué sueños te quedan por realizar?

“Muchísimos.  Hay demasiado por hacer.  Ahora, mi sueño de verdad es tener la casa para los varones.  Un politécnico para poder educar a los muchachos y muchachas.  Tener la clínica para el SIDA, que la vamos a empezar ahora con la ayuda de Colombia y ver a nuestros muchachos con trabajos buenos y casándose y formando sus familias. Esos son mis sueños.”

Mientras charlábamos en el interior de la capilla, el Campo Nueva Esperanza recibía una lluvia del cielo.  Todos corrieron a cobijarse bajo la palapa, y entre risas infantiles, sonidos de guitarra y cantos sublimes, se ocultó el sol.  La charla había terminado y yo sentía una fuerza interior que me inflaba el pecho con verdadera admiración, satisfacción y gozo.  Ella entonces, sin apartarse de su eterna sonrisa, me dice:

“Yo pienso que Dios me saltó de una isla para otra isla.  Yo vine después del huracán George y bajé del avión y me puse a llorar porque veía todo tan destruido.  No entré a mi casa sino que me fui corriendo para la Fundación y los proyectos, pero no encontré a nadie desalentado.  Los niños jugaban en las calles, en los charcos y todo el mundo ayudaba, los unos a los otros.  No tenían nada, pero este país es un país lleno de amor, de alegría, de esperanza.  El dominicano nunca se va a caer. Siempre van  a ser alegres.  Lo tienen en la sangre, en el merengue, en la sonrisa espontánea que ofrecen al desconocido, y en el abrazo sincero con que agradecen el amor.”

Y es absolutamente cierto, tan cierto que como respuesta fehaciente, los niños alborotaron el lugar con su ingenua humanidad.  Era hora de oración, y todos, en rigurosa disciplina y auténtico fervor, se sentaron en los bancos para pronunciar la oración de la tarde: un canto de alabanza, de adoración y gratitud.  Me imaginé entonces a todos los niños desamparados del mundo protegidos por el generoso amor de Dios, amados por personas generosas, instruidos por personas sabias, construyendo un futuro de esperanza, y desde lo más profundo de mi corazón musité ¡Que Dios te bendiga Lian Fanjul!

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