Libertad accional, Policía y correcciones

Libertad accional, Policía y correcciones

JACINTO GIMBERNARD PELLERANO
A veces me pregunto, en serio y en broma: ¿el asunto de la libertad fue regalo o fue castigo? La capacidad de elegir, de optar, de estar inmersos en dudas o certidumbres, cuando somos incapaces de conocer resultados ¿no es un perenne tormento?

Dante se refería a la vida como una selva oscura, salvaje áspera y fuerte que en el pensamiento mantiene vivo el temor (“Ah quanto a dir qual era é cosa dura/ Esta selva salvaggia e aspra e forte/ che el pensier rinova la paura!) Pensemos.

Aquí tenemos, los dominicanos -entre otros- enormes problemas de libertad mal usada. Por las instituciones estatales -por variadas razones, unas relativamente válidas, otras no.

¡No merecemos nosotros, con nuestra aceptante conducta cívica, con nuestra convicción de que la paz es mejor que la guerra y que las revueltas populares sólo benefician a los grupos fuertes, no merecemos -repito- mejores actitudes oficiales?

Por supuesto que sí.

Se ha permitido la inclusión de la República Dominicana en el mundo de la droga y de sus beneficios financieros que exceden la capacidad imaginativa.

Nuestras instituciones de control (llamémosles así) han sido penetradas y acomodadas a niveles de vida imposibles si no se apartan drásticamente del tráfico de estupefaciente y del conjunto de acciones delictivas que envuelve tal actividad, como el tráfico de armas de guerra, uniformes militares y policiales, así como uniformes e insignias de la Dirección Nacional de Control de Drogas.

Me he opuesto reiteradas veces a los negocios de ventas de armas de fuego, en un país como el nuestro, en el cual una pistola (si más grande, mejor) es un accesorio de importancia, como unos gemelos de oro puro o un Rolex o una yipeta descomunal, que debería estar prohibido su tránsito, por el alto consumo de combustible que traga.

Ultimamente he visto en los periódicos la promoción de venta de armas “de guerra”. ¡Es que las Fuerzas Armadas no tienen contactos directos para adquirir a mejores precios y garantías tales armas, que ya aparecen -naturalmente- en manos de delincuentes familiarizados con el uso de fusiles automáticos o la UZI israelí, que ocupó elegantemente el lugar de la ametralladora Thompson, pesada e incómoda?

Por otra parte, debe prohibirse la venta libre de uniformes militares o ropa parecida.

¿Qué garantía tiene el ciudadano de que quien lo detiene es un militar o un ex-militar ahora dedicado a la profesión de los asaltos, acostumbrado como está a llevar una vida muy por encima de sus ingresos legales?

¡Ah! Pero es que en el negocio de la venta de armas de todo tipo están militares, ocultos o no, activos o no. Reconocibles o no.

Hace pocos días he tenido la sensación de que el país está en un estado de guerra. No es la primera vez. En el último período de ese Balaguer ciego y sabio critiqué en la prensa esos jeeps militares con una poderosa ametralladora montada y un oficial con el dedo en el gatillo. Es posible que él no estuviese enterado de ese despliegue. Balaguer era un destinista y en las pocas veces que tuve oportunidad de conversar con él, calmadamente, pasando de la música a la filosofía y la historia, cayó en mencionar que la muerte o la cesación de lo que conocemos por vida, tiene un inevitable momento fiscal. Impostergable e inmutable.

Pero hay que tener cuidado. Como decía el General De Gaulle: “il faut faire attention”. La situación se nos ecapa de las manos.

¿Qué vamos a hacer, que vamos a prever que los tres mil miembros de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional expulsados de sus cuerpos a causa de la comprobación de los delitos que cometían, al abrigo del uniforme?

Estos delincuentes con poder legal, una vez en la calle, sin ingresos, sin poder de abuso ¿qué pueden hacer sino afianzarse en la delincuencia?

Son expertos y conocen la interioridad policial, que no es fácil transformar de la noche a la mañana.

Una transformación de la Policía conlleva cambios dramáticos. Ocasionalmente injustos, porque eran resultado -o son- consecuencia de asentados hábitos de abuso y represión, inicialmente política, luego diversa.

Suerte le deseo al General Santana Páez en la insólita tarea de limpiar, hasta donde sea posible, esta terrible tradición policial.

Mala de nacimiento.

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