Libertad de imprenta

Libertad de imprenta

Voltaire, anagrama de su verdadero nombre, que era Francois Marie Arouet, filósofo, dramaturgo, novelista, poeta, ensayista y articulista francés (1694-1778) quien, aunque educado por jesuitas se convirtió en la más prominente figura del anticlericalismo francés y orientador de los teóricos de la Revolución Francesa, conoció el sabor de la miel y del acíbar que destilan las letras escritas.

Recuerdo, de muchacho, aquello del sacristán de la ópera Tosca de Puccini, cuando clamaba ante el alboroto de visitantes a su iglesia: “Perros volterianos, enemigos del Santísimo Gobierno”. Y es que el egoísmo burlón de Voltaire –que  no siempre fue egoísta sino idealista- queda expuesto en su Diccionario Filosófico, en el tema cuyo título me permito utilizar: “Libertad de Imprenta”.

¿Qué la prensa es importante, que mueve tendencias para un lado o para otro? ¡Quién puede dudarlo!  ¿No vemos, a cada momento en nuestro país, que sólo  cuando las informaciones llegan a los “medios”, se les pone atención?     

Entonces ¡Qué viva la salvadora y atiemposa prensa! ¡Qué vivan los programas de noticias y comentarios televisivos y radiales que dicen lo que es posible exponer en medio de silencios,  contradicciones y afirmaciones absurdas!

¡Cuánto le habría gustado a Voltaire poder utilizar estos medios modernos! Aunque no sabe uno cuál es, en verdad, su fuerza.   

“El Cuarto Poder”. ¿En verdad? Ciertamente ayuda, y mucho, pero dentro de un confuso tinglado de circunstancias fluctuantes, que a veces se abren tímidamente y otras se cierran con puertas de hierro o de oro o de plata.

Dice Voltaire: “Aunque es de derecho natural utilizar la pluma como es de derecho natural utilizar la lengua, encierra este derecho sus peligros, sus riesgos y sus éxitos. Conozco muchos libros que fastidian a los lectores, pero no conozco ninguno que haya producido un perjuicio real.  No obstante  los ha habido y, tal vez los hay  entre los que enfatizan la negatividad insolucionable,  la necesidad de las crueldades impuestas, la realidad doliente de que “la razón del más fuerte es la mejor”.   

Me regocijo de que  nuestra  prensa, impresa, radial y televisiva tenga espacios importantes, respetables por su honestidad y buena intención patriótica, que  acerquen al país a la orilla posible de un cierto conocimiento de lo que en verdad sucede.   

No tenemos (salvo algunas excepciones pagadas o envenenadas de penosas pasiones) “medios” cargados de mala intención.   Que, por fortuna, son tan burdos que se inefectivizan.

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