Libertad y libertinaje

Libertad y libertinaje

PEDRO GIL ITURBIDES
Me dirán que estoy animado de buscarle la quinta pata al gato. Pero confieso que me inclino por respaldar al contralmirante Rafael R. Ramírez Ferreira. Como titular de la Dirección Nacional de Control de Drogas (DNCD) se declara contra todo lo que estimule el consumo de drogas.

Por supuesto, como muchas otras personas, sospecha que detrás de ciertas composiciones musicales andan los promotores de sustancias prohibidas. Pienso que hizo bien al poner el grito al cielo. Porque tenemos que reconstruir un espacio perdido, el que se encuentra entre la libertad y el libertinaje. Y, por supuesto, el espacio entre la estética y la grosería.

De manera que pienso que el escarceo despertado por lo del reaggetón me ayudará a buscar esa quinta pata al gato. Y despertar, si aún hay lugar para ello, el interés por una música que eleve y ennoblezca al pueblo dominicano. Porque Ramírez Ferreira puso sobre el tapete una inquietud de muchas personas. Personas que piensan que tras las letras de algunas composiciones se hallan incitaciones al consumo de estupefacientes y a prácticas de hechicería. Cierto o no, he reflexionado sobre lo que se discute.

Aprovecho mis cavilaciones, por tanto, para hablar de las composiciones musicales de estos tiempos. ¡Cuán diferentes a las composiciones que emocionaron a las generaciones anteriores a las de hoy! Y no es que no tuviesen doble sentido. Y que su lírica no respondiera a lo que por esta época llaman canciones de amargue. También María Greever supo componer canciones de amargue. Pero, ¡Dios mío! ¡Qué amargue! ¡Cuánta belleza en la música, y la lírica, de una obra que sueña con la posibilidad de volver a los brazos de la amada!

El libertinaje, que no la libertad de expresar el pensamiento, ha dado lugar a la procacidad cantada. Al comparar los versos de antiguos boleros con las letras de composiciones de nuestros días, podemos advertir incompetencia e incapacidad. Cerebros famélicamente desarrollados explotan morbo y concupiscencia, porque carecen de la altura para escribir con belleza. El resultado son ruidosas combinaciones de notas musicales y letras que revelan estulticia. Y cuanto es peor, se alienta la falta de pudor y se prohija la desvergüenza.

Nunca he escuchado un reaggetón, confieso que hasta su frontera llega mi incultura musical. Pero he escuchado otras composiciones más vinculadas a nuestro acervo musical, y, confieso, me he sentido maravillado de cómo logramos generar sonidos que no dicen nada. Por ejemplo, hace un tiempo, al perderse la recepción de la radioemisora que escuchábamos durante un viaje al Cibao, toqué el botón de sintonización automática. Se detuvo la búsqueda al recibir la señal de una probable radioemisora de la subregión por la que marchábamos.

Sonó, estridente, uno de esos ritmos modernos de compás cuatro por cuatro, y decidí escuchar la composición. Un cantante llamaba a María para que le diera agua porque tenía sed. La notable lírica, producida sin duda tras agotar una jornada prolongada de creación poética, decía muy poca cosa adicional. Toda la letra iba y venía alrededor de aquella María a la cual se le pedía agua porque se sufría sed. ¡Qué extraordinario talento!

Quienes me acompañaban me aseguraron que ése era un éxito musical de primera línea. Las ventas del disco compacto, me aseguraron, superaban con mucho la de todas las composiciones de Manuel Troncoso, Rafael Solano y otros artistas de esta estirpe. ¡Qué pena!, me dije. Y musité la queja que expongo hoy, al apoyar el comentario del jefe de la DNCD y los reaggetón.

Y me dije: la libertad mal entendida y peor practicada conduce a los pueblos al salvajismo. ¡Qué pena!

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