Libertada de liberación y conversación

Libertada de liberación y conversación

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Hoy es viernes; quiero presentarte al químico Krisztián Szabó. Es casi seguro que él vendrá esta noche a la Taberna de la gallina gorda. Es catedrático en la Universidad; y también trabaja en una cervecería. Tiene ideas estrafalarias y las expresa con buen humor.

 Te advierto que no está loco; sufre de algunas manías con los escritores antiguos, eso si; continuamente compara el mundo actual con el pasado remoto.

Le echan en cara el delito de sostener una idea de la historia excéntrica, salida de madre o, si se quiere, herética. Para burlarse de él, cierto periodista irrespetuoso le llamo «el creador de la sociología química», una manera de decirle que aborda unos temas completamente ajenos a la profesión que ejerce. Eso le ha ganado la mala voluntad de los historiadores checos y de algunos profesores de filosofía. Pero su clase de química es impecable; y su trabajo en la industria es tan estimado que todos le consultan. Viene los viernes a beber y a comer; ya verás que tipo tan interesante.

Ignaz levantó su copa hasta la altura de la cabeza de Miklós.  – Brindemos por que la libertad de libación y conversación se asiente en Chequia y… permanezca para siempre. – ¡Dios mío, has hecho una invocación de artista con estribillo religioso! – Miklós, no apartes de ti la alegría, no hagas como el Neruda sudamericano, que equivocó sus pasos, desdeñó la alegría, y tuvo que llamarla. Neruda fue «mal aconsejado»; los «antiguos poetas» le prestaron anteojos para que, «junto a cada cosa», pusiese «un nimbo obscuro». ¿Escribiste ya una carta a Panonia? ¿Por fin, la invitaste a venir a Praga? Miklós, el hombre necesita mujer; desde que vivo acompañado de la dulce turca mi rendimiento académico es mayor, como con más apetito, duermo a pata suelta. Dijo el rey Salomón que cuando un hombre es viejo siente que «pierde sabor la alcaparra» ¡Tu eres joven; debes hacer un arreglo con la alegría! La soledad siempre emponzoña los pensamientos; en el mejor de los casos, nos enturbia la comprensión de la vida colectiva.

– ¿Crees que una mujer tan inteligente como Panonia no sabe ya que Ladislao tiene mujer en La Habana? Por las cartas que escribe Ladislao Ubrique deduzco que no duerme solo, que ya tiene amigos con los cuales conversa de todas las cosas. Se ve claro; él no ha renunciado a la alegría. Es más, el trabajo de escribir el confuso Memorial del siglo XX no seria posible sin alegría. Los temas son dolorosos pero él los afronta con alegría. Tiene años residiendo, no solo fuera de su país, sino fuera de su cultura. ¿Cómo lo resiste sin fractura del equilibrio psíquico, sin deterioro de sus capacidades? Pienso que ha tenido que ajustarse al contorno. Está interesado en la poesía de Cuba, escucha música afroantillana. No creas que únicamente se detiene en asuntos históricos o políticos. ¡Qué va, eso era en Hungría! Ahora te habla hasta del sabor del ron de caña.

– ¿Te ha escrito a ti sobre estas cosas? Me dijiste antes que él te pedía que consultaras en los archivos de Praga acerca de asuntos de Alemania. – Es verdad, Miklós, pero también se le escapan en las cartas asuntos que tocan las costumbres, los sentimientos, las emociones. Ciertamente, Panonia y tu lo conocen mejor que yo, pero ahora que recibo las cartas puedo sopesar mejor su conducta. No obstante, parece que sus preocupaciones sociales siguen siendo las mismas. En la calle Elisky Krasnohorska existen pisos pequeños, disponibles en alquiler, para estudiantes o profesores que no tengan niños. Lo se bien, pues pienso trasladarme a un apartamento mejor que el que tengo ahora. Podría ceder el mío a Panonia o a ti; o a los dos juntos; si esto ocurre tendría dos buenos vecinos. Ubrique menciona a menudo a su padre; el día que nos vimos por primera vez recordó la definición que dio un italiano de lo que llaman un «latoso»: «Es una persona que nos quita la soledad sin darnos la compañía». Si los tuviese cerca a ustedes dos, tendría siempre compañía. Tal vez ahora mismo esté sufriendo Ladislao muchas «latas» en Santiago de Cuba. Aquel día Ubrique dijo que su padre leyó esa definición en un escrito de Benedetto Croce.

– Ignaz, te oigo hablar, hablar y hablar; pienso en mil cosas alrededor de lo que dices. Beberé otra copa para ver si me pongo a la altura de tu locuacidad. – Miklós, el tiempo es irreversible; la vida pasa en lo que reflexionas sobre tus proyectos para el futuro. No envejezcas en soledad, amargado por fracasos políticos o desilusiones amorosas de estudiante. – Óyeme con atención, Ignaz; toma tu vino lentamente; yo beberé el mío con rapidez para poder alcanzarte; y para aturdirme un poco esta noche. ¿Crees que Ladislao se quedará en las Antillas? ¿Volverá a Europa? Si, Ignaz, he escrito a Panonia; le dije que te he pasado su dirección en Hamburgo para que se la dieras a Ubrique; además, que sentía celos a causa de su devoción por Ladislao, aunque también yo apreciara su talento y valor cívico. Le dije francamente lo mucho que me molestaba verla recogiendo papeles para el doctor Ubrique. Finalmente, Ignaz, la invité a que hiciera una visita a Praga. República Checa, 1993.

henriquezcaolo@hotmail.com

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